Por Gloria C. Padierna Ronderos
Para el estudio de las ciencias es esencial la diferencia que hay entre lo verdadero, lo verosímil o lo creíble. Hay cosas verosímiles que no son verdaderas, pero como están relatadas con cierto hilo de coherencia resultan creíbles para el cerebro receptor. En periodismo o en disciplinas jurídicas es fundamental determinar si el relato de los hechos es simplemente verosímil o si puede ser distinguido como verdadero. Esto tiene también relevancia en la política. Los políticos profesionales se desgañitan intentando trasladar lo que ahora se denomina “relato”, una serie de ideas y hechos conectados o entrecruzados que forman una narración creíble, así se apoyen en bases falsas. En esto el actual presidente de Colombia y el alcalde de Medellín tienen comprobada destreza: construyen relatos que trasladan de forma hábil a la ciudadanía, que encuentra esos guiones verosímiles o creíbles.
Petro acaba de decir en Nueva York que hace un año el Estado colombiano asesinó a cien jóvenes por el solo hecho de protestar. ¿Quién en el resto del mundo va a desmentir tal afirmación, si proviene del presidente de un Estado donde sistemáticamente se violan los derechos humanos?
El alcalde de Medellín ha construido una narrativa que pone la mira en un grupo económico, caricaturizado como símbolo de perversidad, una hidra que se concentra en hacerle daño a la sociedad. Es un instrumento de guerra dialéctica que acude a los resentimientos de clase, a los complejos, para insuflar odio y presentarse como el representante de los desvalidos. ¿Qué tal que los desvalidos supieran la verdad de lo que se trama y se hace en la alcaldía? Para ello tendría que pasarse de lo verosímil a lo verdadero, esperanza vana ante la inacción o complicidad de la Justicia y los entes de control
