Por Humberto Martínez Humarsa
Recuerdo como si fuera hoy, un párrafo de un diario muy importante de mi país, que se publicó en la década de los 90, el cual mencionaba que “Maradona era el ejemplo de esos modestos seres humanos a quienes se les subía la gloria a la cabeza. Que pasar de una barriada porteña, donde impera la pobreza y el hambre, a una escala económica privilegiada en el mundo, era difícil de asimilar. Que este fenómeno ocurre principalmente en el ambiente de la farándula y los deportes y que quienes poseen condiciones excepcionales consiguen en corto tiempo fortunas colosales, lo cual les permite ingresar a la cúpula de una clase social dispuesta para el vicio y la diversión”. Sí, de acuerdo. La fama los convierte en personajes solicitados, contactados, les aplauden la vulgaridad. El narcisismo es tan marcado que no aceptan el consejo oportuno. “Cuando estos personajes debieran ser modelos se tornan en malos ejemplos” en detrimento de la juventud y la sociedad en decadencia. “Maradona tomó la vía contraria”. El autor de jugadas espectaculares y de tantos goles que aun se comentan, cometió el autogol más fatal de toda su carrera