Píndaro es recordado todavía como el Poeta del Deporte. Fue el autor de las Odas Olímpicas. “La luz verdadera de las virtudes es la luz que eterniza la victoria”, leo en un canto en que exaltaba a los vencedores a la categoría de semidioses. Se les organizaban fiestas y se les erigían estatuas y sus nombres quedaban grabados en el registro de campeones de las ciudades-estado, que desde el siglo octavo anterior a nuestra era competían en Olimpia por la conquista de la excelencia humana, de la areté como ideal de vida, acción sobresaliente, expresión máxima de superioridad moral.
A los olimpionikes, triunfadores en las Olimpíadas, Píndaro (siglo sexto, a.c.) dedicó parte de su obra. Merecedores de la corona de olivo, hoy sustituida por la medalla de oro, fueron Hierón de Siracusa, Terón, Psaumias, Hagesías, Diágoras de Rodas, que figuran en odas pindáricas. Es justo que en la actualidad se les deparen todos los homenajes a los nuevos vencedores, porque, si se piensa en retomar los valores de las primeras Olimpíadas, encarnan la aristocracia en el concepto más alto de la excelencia.
Esos valores, excelencia, amistad y respeto, tienen que ser los que en nuestro tiempo se revivan y constituyan la explicación del sentido de los Juegos Olímpicos. Creo que los representan con dignidad nuestros deportistas, en primer término Mariana Pajón, como símbolo de la juventud auténtica de nuestro país. Ella y los demás medallistas olímpicos forman una honrosa aristocracia, integran la nueva élite generacional. Consagración, mística, talento, voluntad, esfuerzo, privaciones, generosidad, muchas veces sacrificios, han caracterizado a Mariana en su vocación de heroína contemporánea como triunfadora ejemplar y a quienes la imitan, la homologan y portan la distinción de embajadores de su nación. De una nación en la cual nadie que se crea sensato siga cometiendo el error inicuo de preferir los antivalores de la lumpensociopatía.
En esta semana pasamos varias noches en vela. Nada raro para quienes hemos sido noctívagos empedernidos. En esas horas hemos invertido el tiempo en la observación de las competencias de nuestros deportistas. Han sido momentos muy emocionantes. Muy en especial, la actuación de Mariana en las distintas carreras, hasta cuando alcanzó la medalla de plata que vale, como bien lo dijo, por el mismo oro. Ella y los demás olimpionikes han marcado en Tokio un suceso histórico, y además han subrayado el testimonio de los jóvenes que sí construyen, que sí hacen patria, que sí luchan en franca lid y con verdadero juego limpio por la primacía de los valores que humanizan la educación y la cultura desde la nobleza del deporte. Bien lo escribió Píndaro en una de sus Odas olímpicas: “La ciudad es la que triunfa y queda honrada como el mismo vencedor