Dime qué recuerdas y te diré quién eres. Dime qué esperas y te diré quién eres. Dime cómo dirige tu esperanza a tu memoria y te diré quién eres. A tu memoria le corresponde la tarea de caminar de la mano de tu esperanza. Tarea que casi todos tenemos por descubrir y cultivar, pues vivimos atados a un pasado que desconoce la esperanza.
Resentimiento es vivir amarrado a un pasado que no existe, alimentando sistemáticamente una herida afectiva. Y remordimiento es considerar irremediable un mal afectivo que ocurrió. Con todo, a mí, que soy dueño de mis sentimientos, nadie me puede obligar a tener un sentimiento que yo no quiera, y así hago de la esperanza mi fuente de inspiración.
La memoria es una potencia del alma, junto con el entendimiento y la voluntad, que tienen en las tres virtudes del alma —esperanza, fe y amor— el modo de enriquecerse y manifestarse. La misión de la esperanza consiste en purificar la memoria, llevándola del pasado al futuro, camino del presente. Tarea que el hombre del siglo XXI, lleno de asombro, tiene por descubrir y cultivar. La esperanza es la luz que guía mis pasos.
Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, hizo preparar una cena de despedida, en la cual, al compartir el pan y el vino, dijo a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía” (Lc. 22, 19). Aquí Jesús nos invita, no a recordar el pasado, sino a hacer memoria del futuro. Te esperamos a ti, Señor Jesús resucitado, porque tú eres el pan que alimenta nuestro cuerpo y nuestra alma aquí y en la resurrección.
Si somos vigilantes en hacer bien cuanto hacemos, sentimos y pensamos, estamos aceptando la invitación de Jesús. “Dichosos los siervos a quienes el señor, al venir, encuentre despiertos; yo les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá” (Lc. 12, 37). Maravilloso ejercicio de purificar la memoria por la esperanza.
Cuando hacemos un proyecto, estamos anticipando el futuro en el presente, realizando un ejercicio de esperanza, llenando la memoria de lo que está por venir. La relación de amor con Jesús da al lenguaje un sentido simbólico de riqueza inconmensurable. Lo humano adquiere sentido divino: memoria de lo que vendrá.
San Juan de la Cruz es un maestro. “Cuanto más el alma desaposesionare la memoria de formas y cosas memorables que no son Dios, tanto más pondrá la memoria en Dios y más vacía la tendrá para esperar de él el lleno de su memoria”