Por JOHN W. DEAN
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Existen varios paralelos entre mi testimonio ante el Congreso en 1973, sobre el presidente Richard Nixon y su Casa Blanca, y el testimonio de Michael Cohen esta semana sobre el presidente Donald Trump y sus prácticas de negocios. Haciendo a un lado las diferencias en cuanto a cómo llegamos allí, ambos nos encontramos hablando ante el Congreso, en varios sitios tanto abiertos como cerrados, sobre la conducta criminal de un presidente actual. Este no es un buen lugar en donde estar, en particular dados los presidentes involucrados.
Hay algunas diferencias: al contrario de Cohen, quien testificó en público por un día, yo lo hice por cinco días. Su declaración preparada tenía unas 4.000 palabras; la mía eran unas 60.000. Nielsen reporta que unos 16 millones de personas vieron su testimonio. Me dicen que más de 80 millones vieron el mío o parte.
Las encuestas variaron después de mi testimonio. Una dijo que el 50 por ciento de los americanos me creyeron, 30 por ciento no lo hicieron, y 20 por ciento no estaban seguros. Otra encuesta mostraba al 38 por ciento creyéndole al presidente, quien negó mi testimonio, y 37 por ciento creyéndome a mí. Las encuestas inmediatas sobre el testimonio de Cohen varían según la afiliación de partidos, como fue el caso con mis encuestas. Pero el 35 por ciento piensa que él es creíble. Yo creo que esa cifra aumentará.
Aunque mi testimonio eventualmente fue corroborado por grabaciones secretas de nuestras conversaciones hechas por Nixon, antes de eso fueron otros testigos quienes marcaron la diferencia. Me sorprendió el número de personas que salieron a la luz para apoyar mi recuento. Lo mismo, sospecho, sucederá para Michael Cohen. El código de omertà de la mafia no tiene fuerza en el servicio público. No he escuchado a nadie más que a Roger Stone decir que irá a la cárcel por Donald Trump.
Cohen debe entender que si Trump es destituido de su cargo o derrotado en 2020, en parte debido a su testimonio, se lo recordarán por el resto de su vida. Los republicanos lo culparán, pero los demócratas lo apreciarán.
Así como Nixon tenía admiradores y apologistas, así es con Trump. Algunas de estas personas por siempre estarán reescribiendo la historia, y luego la tratarán de volver a escribir a costa de Cohen. Pondrán palabras en su boca que nunca dijo. Lo pondrán en eventos a los que nunca asistió y en lugares a donde nunca ha ido. Algunos han tratado de reescribir la historia de mi vida, y lo harán con él también.
Estoy pensando en personas como Stone, el socio de muchos años de Trump quien trabajó en la campaña de Nixon de 1972 y admira al expresidente. Stone, a quien nunca conocí mientras estuve en la Casa Blanca, ha sido acusado como parte de la investigación por el abogado especial, Robert Mueller, de mentir al Congreso sobre sus esfuerzos por contactar a WikiLeaks durante la campaña presidencial de 2016.
Hay una similitud general que Cohen y yo compartimos. Llegó a entender y rechazar a Trump como lo hice con Nixon. Nixon me llamó por primera vez con respecto a Watergate ocho meses después de los arrestos de los miembros de su comité de reelección en el Watergate. Tuvimos 37 conversaciones, y cuando sentí que tenía su confianza, traté de conseguir que pusiera fin al encubrimiento. El día que le dije a Nixon que había un cáncer en su presidencia fue el día en que conocí al verdadero Nixon. Sabía que tenía que romper filas.
Cohen también ha llegado a ver a Trump por su verdadera naturaleza. Al final de su testimonio ante el Comité de Supervisión de la Cámara, pidió permiso para leer una declaración final.
Agradeció a los miembros, y de nuevo aceptó responsabilidad por su mal comportamiento. Luego dijo a los legisladores, “Dada mi experiencia trabajando para el Sr. Trump, me temo que si pierde las elecciones del 2020 nunca habrá una transición pacífica de poder, y es por eso que acepté aparecer ante ustedes hoy.” Eso fue lo más molesto, escalofriante en realidad, que dijo ante el comité en las cinco horas