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Fortalecer la unión, impactar en la agenda de las políticas públicas y constituirse en actores fundamentales en los cambios que se avecinan (así terminaba mi pasada columna), son objetivos laudables para las diferentes organizaciones de retirados de la Fuerza Pública. El tema de discusión es definir la estrategia que haga realidad esos propósitos, partiendo de la comprensión plena de que los militares somos ciudadanos antes que soldados. El militar se define como un ciudadano en uniforme, con valores y características especiales, y quienes voluntariamente escogimos la carrera de las armas hicimos un juramento de vida, según el cual los intereses del país están por encima de los personales, ideológicos y políticos de índole partidista.
Cuando el militar se retira tiene el derecho y la obligación de buscar nuevas opciones de vida, según sus preferencias, capacidades, relaciones y oportunidades; lo cual lo lleva a nuevas posiciones dentro de la estructura social y a hacer parte de nuevos grupos de interés, con el bagaje particular de su pasado y nuevas perspectivas y esperanzas. Ese nuevo escenario puede modular una actitud no gregaria, como sujeto político y como votante. Dentro de esta nueva experiencia de vida goza de la libertad individual de adherirse al partido político con el que mejor se identifique, y, también, de la libertad de buscar cargos burocráticos en procesos electorales, dentro del espectro político, y no solo dentro de la reserva, por formación, más afines a la competencia que a la complementariedad (Alvin Toffler).
Aunque las reservas de la Fuerza Pública son un grupo importante en la vida nacional, la experiencia nos dice que hacer la transición de la deontología militar a la deliberación política democrática es algo complejo y frustrante. Con excepción del General Rojas Pinilla y la Anapo, los demás proyectos liderados en diferentes momentos por los generales Álvaro Valencia, Harold Bedoya y Luis Mendieta, y movimientos como Fuerza Colombia, Patria Nueva y Restauración Democrática, no han tenido significativo impacto.
Lo que está probado es que la fuerza no está en el individuo sino en el alma de nuestra institución. Ello nos obliga, por encima de cualquier otro deseo, a contribuir a la protección de su eticidad, para no perder el norte ni la grandeza de nuestro oficio. Crear un partido o movimiento político como camino para lograr los objetivos planteados solo lograría debilitar la unión, la camaradería y la solidaridad entre los retirados. Creo que no debemos creer en cantos de sirena, so riesgo de quedar desnudos como el rey en el cuento del traje nuevo del emperador.
Creo que a la sociedad colombiana preferiría ver a las reservas de su Fuerza Pública seguir comprometidas con los intereses nacionales, lo cual no obsta para lograr los objetivos propuestos, analizando las realidades del país desde su perspectiva profesional y opinando sobre los aspectos de la coyuntura, como lo viene haciendo ante acciones delictivas de algunos miembros de la institución y las opiniones equivocadas, peligrosas y dañinas de un expresidente de la República. El esfuerzo debería encauzarse a fortalecer sus vínculos con la sociedad, con capacidad de autocrítica, con referentes como la Andi, Fenalco y otros, que no necesitaron convertirse en partido para defender sus intereses. Surgen ya académicos y algunos formadores de opinión interesados en analizar el rol de las reservas en los tiempos difíciles y cambios que se avecinan.
