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Aldo Civico
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Narcisismo colectivo

Por ALDO CIVICO

aldo@aldocivico.com

Una noche tuve una sensación de claustrofobia que me cerró el pecho, a pesar de que tenía bien abierta la ventana de mi cuarto. Había sido una semana marcada por múltiples conversaciones y, en aquella hora tardía del día, de repente me di cuenta de que a aquellas conversaciones les hacía falta un ingrediente fundamental: la diversidad de miradas, opiniones, historias. Aquella sensación de pánico era entonces el producto de sentirme encerrado en una burbuja donde las palabras intercambiadas no eran nada más que el eco de un pensamiento único y monótono. Me descubrí víctima de la claustrofobia que siempre me produce cualquier forma de pensamiento grupal. Fue una reacción alérgica al narcisismo colectivo que fomenta el ascenso del nacionalismo, del chovinismo, de la xenofobia y del totalitarismo. ¿Existe alguna vacuna contra esta forma de narcisismo?

Me acordé de aquella experiencia de pánico al leer el ensayo de Elif Shafak, “Cómo mantener la cordura en un mundo dividido”. En el primer capítulo, esta escritora, de origen turco, recuerda aquella ocasión en la que un maestro la forzó a aprender a escribir con la mano derecha, a pesar de que era zurda. Descubrió que existía una letra que llamaban “g suave”, o sea una g con una virgulilla encima. “La g suave no hablaba. No se quejaba, no manifestaba opiniones, ni exigía nada. [...] Debía de ser extranjera, pensé. Una intrusa. Una paria alfabética”, escribe Shafak, quien, a los siete años, se identificó con aquella letra que le enseñó a buscar y descubrir “dónde se ocultan las letras mudas de una sociedad”. Pero no se trata solamente de dar voz a quienes no la tienen. Se trata, también, de prestar oído. Esto, quizás, es aún más importante, porque todos tenemos una voz; el problema más bien es encontrar a alguien que escuche.

La incapacidad de escuchar es uno de los problemas más profundos de esta era. Porque esta incapacidad es la ausencia de curiosidad e interés hacia la historia y el punto de vista del otro. Es estar satisfechos con la verdad propia y prescindir de las otras verdades. Escribe Elif Shafak: “En cuanto dejamos de escuchar opiniones divergentes, también dejamos de aprender. Porque lo cierto es que no aprendemos mucho de la uniformidad y la monotonía. Por lo general aprendemos de las diferencias”.

No me cansaré de repetirlo: no hay posibilidad de una sociedad cohesiva sin la escucha intencional y activa del otro, al que percibo opuesto a mí. No hay manera de revertir el narcisismo colectivo sin bajar los puentes levadizos y generar diálogos improbables que, por definición, son conversaciones sinceras entre diversos. Solo de esta manera podemos esperar tener aquella sabiduría que necesitamos para construir un futuro mejor. “La sabiduría, que conecta a la mente y al corazón, aumenta la empatía y la comprensión, nos permite traspasar los confines solitarios de nuestra mente y relacionarnos con el resto de la humanidad, escucharla y aprender de ella”, escribe Shafak. No una empatía selectiva, sino una incondicional. Solo al abrirnos a la historia del otro podemos esperar dejar nuestra existencia sumamente narcisista

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