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Niños de la guerra que no regresarán

Por carlos alberto giraldo

carlosgi@elcolombiano.com.co

La comunidad de Mistrató devolvió al país en el tiempo esta semana. No a un tiempo muy amable. Se trata de una memoria que arde y punza: según las cuentas de instituciones y líderes comunitarios, más de 200 menores de edad de ese municipio permanecen desaparecidos desde la época más bestial del conflicto armado, entre 1995 y 2005.

Así pasó en Urabá, en el Oriente de Antioquia, en el Bajo Cauca, en el corredor del Caguán, en Tierralta y Valencia, en Riosucio y Murindó, en Arauca y Saravena... en cientos de rincones del país: niños relutados por la fuerza o víctimas de ejecuciones extrajudiciales en potreros y selvas.

Muchos debieron ser entregados como cuota de las familias campesinas para la confrontación entre guerrilleros y ejército y paramilitares. También para la guerra urbana de milicias, bandas y “escuadrones de la muerte”.

Cientos de menores de cuya existencia, en muchos casos, solo sabían sus padres y hermanos, en viviendas y caseríos remotos, a cuatro, cinco y seis horas de camino a pie o en mula. Familias que tuvieron que entregar a sus niños y muchachos con la boca de un fusil apuntando o incluso empujados por el hambre y con la promesa de un “sueldo” para ayudar a los suyos. Enfilados en las Farc, el Eln o las Autodefensas. Presos del miedo y la ignorancia, y el abandono del Estado.

Decenas de ellos terminaron enterrados en fosas comunes, arrojados a ríos y caños, tras morir en combate o ser fusilados en algún “consejo de guerra” clandestino. Muchos arrastrados a territorios enemigos para dar información y luego convertirse en sombras.

Otros que quizás lograron sobrevivir se quedaron perdidos en destinos que no buscaban, en escenarios ajenos, hundidos en la penumbra de la soledad y el olvido. Viviendo vidas trocadas o impuestas por la tragedia temprana del reclutamiento forzado.

Pero lo más desesperanzador y doloroso es el doble abandono del Estado, incapaz de protegerlos cuando fueron por ellos para cercenarlos de sus familias, y más inepto hoy para emprender la tarea de descifrar su suerte y dar con sus paradero, vivos o muertos.

La Fiscalía, según las denuncias desde Mistrató, no tiene a esos niños en su registro único de víctimas o los tiene pero no ha hecho nada por encontrarlos. Las heridas de esas ausencias aún sangran.

Los actores armados (guerrillas y paramilitares, y unidades oficiales responsables de “falsos positivos”) persisten en el silencio y la impunidad. Entregan datos fragmentarios y verdades a medias.

Mistrató es el retrato, es una llaga, entre tantas, de los niños desaparecidos en la extendida noche del conflicto armado colombiano.

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