Voy a abandonar Facebook. Se los he dicho de todas las maneras a los lectores que se empeñan en seguirme y a los pocos amigos que he ganado en los últimos años gracias a este invento maravilloso de Marck Zuckerberg. ¡Y casi nadie me cree!
Hace un par de años comencé un experimento para comprobar si redes sociales como esta servían para hacer buen periodismo. Sufrí una decepción. Facebook sirve, es verdad. Pero más que nada es un instrumento de manipulación. A través de esta red, las grandes multinacionales conocen tu intimidad, no en el sentido en el que la gente piensa, sino en otro peor: analizando tu comportamiento con sofisticados algoritmos. Mediante ellos saben cuáles son tus ilusiones, tus vicios, tus carencias... Y ese conocimiento lo venden al mejor postor: las empresas de marketing que estudian tus conductas como consumidor... Y las empresas electorales que quieren captar tu voto.
Tal vez el truco más malvado es el de las empresas que compran a Facebook tus datos más íntimos, y los estudian, y aprenden a manipularte. De este modo saben cómo eres, qué te gusta, cómo reaccionas. Esos datos los venden a compañías como Cambridge Analytics u otras más o menos sofisticadas: te entregan a ellas desnudo y sin defensas... También te venden a un partido político que necesita tu voto para que su candidato ―llámese Trump, Duque o Bolsonaro― gane las elecciones.
No es, pues, vano el aporte de Marck Zuckerberg a la historia contemporánea. En pocos años, animándote a desempolvar tus álbumes y a reencontrarte con tus amigos de toda la vida, Facebook ha aprendido todo de ti y ha vendido ese conocimiento a quien desee pagar por él. La hazaña de Zuckerberg solo ha sido superada por Dios y por El Diablo.
Antes de retirarme, quiero dejar una constancia. En este mundo sin sentido, Facebook le ha dado un nuevo sentido a mi vida. Me ha permitido volver a hablar con amigos olvidados. Me ha demostrado que no estoy solo cuando trato de luchar en defensa de los animales en vía de extinción. Me ha permitido protestar contra los abusos del gobierno de mi país.
También me ha enseñado muchas cosas. Por ejemplo, me ha mostrado que existen hombres y mujeres alrededor del mundo que están luchando por salvar nuestro planeta de la catástrofe que se avecina. Me ha juntado a escritores que son maestros en el uso magnífico de esta herramienta de dominación colectiva.
Uno de ellos se llama Julio César Londoño. Él es el director de uno de los talleres de escritura más prestigiosos que existen en Colombia. También es uno de los grandes escritores vivos de nuestro país.
Nuestra historia es larga y divertida. No alcanzo a contarla en unas pocas páginas. Solo diré que nos conocimos en Facebook y en esta red aprendí de él muchas cosas del oficio de escribir. Por ejemplo, cómo simplificar las frases y quitar verbos inútiles. Cómo no mencionar un sujeto dos veces en una frase corta, error garrafal que yo llamaría de carácter nacional. Leyéndolo, en Facebook comprendí que los “ismos” son solo rótulos con los que los charlatanes disimulan su ignorancia.
Pero, sobre todo, conocí su libro, uno de los más bellos que he leído en mi vida. Hablo de “Sacrificio de dama”. Pocas veces ha llegado a mis manos un libro así. Lo pondré en mi biblioteca al lado de Juan Rulfo, Robert Louis Stevenson, Anton Chéjov (así él lo considere un escritor aburrido), Julio Cortázar, James Joyce, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Juan José Arreola y Luis Fayad. Al lado de todos ellos merece estar. Gracias, Facebook, por haberme permitido conocerlo como persona y como escritor y poder leer su obra.