El afán de enriquecerse está en la fuente de nuestras desgracias. Hacer dinero no es delito, como lo pensarían algunos puritanos. Ni motivo de vergüenza, como idealizaron los místicos cristianos o hindúes. El problema es pretender llenarse de dinero rápido, no confiar en el ingenio y el trabajo que son modos paulatinos de conseguir esa recompensa.
Sin referirse abiertamente a la plata, así lo dijo Nietzsche: “la pasión no sabe esperar. Lo trágico de los hombres estriba frecuentemente en no saber esperar”. Pocos ricos de Colombia han sabido esperar. Son los genuinos emprendedores, que en una generación cuentan los millones. O los sudorosos trabajadores de salario cuyos nietos, décadas más tarde, consiguen gracias a la educación lo que su familia nunca tuvo.
El filósofo alemán le echa la culpa de la tragedia humana a la pasión, por no saber esperar. No habla de la ambición ni de la rapacidad, sino del furor que en este caso es otro nombre de la pasión. En efecto, el furor arde y consume porque no está moderado por la cordura y la lucidez.
El vocablo cordura viene de corazón y de juicio. Por eso se habla de la muela cordal, como muela del juicio, la que emerge cuando la persona alcanza el uso de la razón. Solo que esta razón no manda sola. Consulta con el corazón que es la bonhomía, el modo suave de mirar a los demás.
Pues bien, saber esperar es temperar la candela de la pasión, merced a la delicadeza del corazón y el aplomo de la razón. Quien se acelera con los halagos del billete sopla sobre esa candela y tuesta sus huesos hasta entrar en la tragedia.
Entonces desplaza a los demás para registrar sus tierras como propias. O aceita con sobornos para alzarse con los contratos de carreteras. O levanta hornos crematorios de mampostería para borrar sus homicidios. O inventa leyes para armar ejércitos que son brazo armado del ejército.
Así, bien pronto se vuelve inmensamente rico e inmensamente pobre. Tan pobre, que lo único que tiene es dinero. Tan triste, que dedica el resto de su vida a cambiar testigos con tal de no caer bajo la ley que es dura pero es la ley. Tan trágico, que lo único que le resta por esperar en la vida es un último pedazo de tierra ante la cual los ciudadanos del porvenir comprendan con Nietzsche que la pasión no sabe esperar.