¿Por qué nuestra democracia está en peligro? Una sociedad democrática está en peligro cuando algunos de sus líderes atacan a sus críticos o adversarios con términos provocativos y agresivos. Fujimori vinculó a sus oponentes con el terrorismo y el tráfico de drogas. Berlusconi atacó a los jueces que actuaban contra él como terroristas. Álvaro Uribe expresó sus más altos valores políticos cuando dijo: “Yo prefiero ochenta veces al guerrillero en armas que al sicariato moral difamando, ¡sicario!... ¡sicario!... ¡sicario!”.
Es un ataque radical, que obtiene inmediatamente una gran irradiación mediante las redes sociales, y así un amplio respaldo por una parte de la opinión pública. El camino de la difamación que inicia el ataque y el hecho de que esta opinión pública comparta la perspectiva del gran magnetizador de que la izquierda es una banda de sicarios, convierte en un asunto fácil la justificación de acciones contra ellos.
Si los ciudadanos de cualquier tendencia política están abiertos a discursos violentos, los elogian, los reproducen en las redes, los llevan hasta la familia, entonces, la democracia está en serias dificultades. La democracia supone la confrontación entre rivales partidistas. Cuando la democracia desciende al infierno de la violencia, incluso hasta en el propio Congreso de la República, las partes opuestas se ven una a la otra como enemigos mortales.
No salimos de la violencia. El lenguaje de algunos políticos, periodistas y de millones de usuarios en las redes está atrapado por el odio, la intolerancia, la sed de venganza. Ven al otro como un enemigo al que hay que destruir, no como un rival con quien construir consensos. El lenguaje de la vulgaridad, la banalidad de los memes y videos, el uso soez del español, son el medio para aumentar la contradicción, el enervamiento.
¿Cómo enfrentar esta política polarizada que ve al otro como un enemigo absoluto? En Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt propone a “pensar contra el mal”. Al referirse a Adolf Eichmann, dice la filósofa alemana que “la única característica específica que se podía detectar en su pasado era algo enteramente negativo, no era estupidez, sino una curiosa y absolutamente auténtica incapacidad para pensar” (2007). Este es el asunto: la auténtica incapacidad para pensar.
El mal consiste en la producción organizada de grandes atrocidades: los crímenes de los nazis, Kosovo, Ruanda, los paramilitares, las Farc, los falsos positivos. La sombra del mal irradia en la historia. Goethe la denominó lo demoníaco. “Cuando más terriblemente se presenta lo demoníaco es al emerger en algún hombre, predominando en él. Todas las fuerzas morales unidas no pueden nada contra él, aun cuando la parte más lúcida de los hombres reconociera en él al embaucador. La masa se siente atraída por ellos” (Goethe, Poesía y verdad).
Contra todo esto, “la pregunta que surge es si el pensar puede evitar el mal, si puede ser un antídoto contra la violencia extrema” (Cristina Sánchez, Cartografías del Mal, Siglo del Hombre Editores). Es una pregunta filosófica radical, cómo el hombre en virtud de su capacidad para pensar podría hacer algo para que el mal no se imponga sobre la sociedad.