La zona entre fin y comienzo de año es, por fuerza, de calaña meditativa. Se pone uno trascendental, pues el buceo en el pasado y la cábala de lo que sigue obliga a pararse firme ante el tiempo.
La muerte se sienta en posición central. O se echa de menos a los grandes que ya no están, o cada cual revisa su calendario del siglo para marcar la escasez de aire que le queda.
De modo que la muerte es el tribunal de la vida. Sube uno al estrado de los acusados, reconoce lo blando que ha sido y aguarda la sentencia. Esta se formula en tiempo: cuántos años te hacen falta para ser tú mismo la muerte.
Nadie escrutó mejor esta ligazón entre principio y fin, que el siquiatra suizo Carl Jung. Seguramente conversó noches etílicas sobre esto con sus homólogos...