Si Joe Biden se muda a la Casa Blanca en enero, encontrará al otro lado del Atlántico un paisaje muy diferente al que dejó como vicepresidente. A su vez, ignorados, sermoneados o maltratados por el presidente Trump, quien ha disfrutado jugando con sus divisiones, los europeos ahora están aprendiendo a navegar solos en un mundo cada vez más peligroso para ellos, mientras manejan una relación incómoda con Estados Unidos.
Lo que está en juego para muchos de ellos en esta elección presidencial es bastante simple: si Trump gana un segundo mandato, temen, se verá tentado a duplicar su agenda unilateralista. La Otan, ya descrita como “con muerte cerebral” por el presidente Emmanuel Macron de Francia, podría morir para siempre. Alternativamente, se espera, una administración de Biden volvería a involucrar a Estados Unidos en el sistema multilateral que creó hace 75 años. Y Europa, con su nueva asertividad, podría ser un jugador más valioso.
Para Europa, la elección llega en un momento de especial peligro. La vecindad de la Unión Europea está “envuelta en llamas”, dijo el jefe de política exterior del bloque, Josep Borrell, a The Financial Times la semana antepasada.
Desde el Mediterráneo Oriental hasta el Mar Báltico, desde una Gran Bretaña consumida por el Brexit hasta una Rusia desafiante, por no hablar de los Balcanes, Libia o los países subsaharianos de África Occidental, la Unión está rodeada de crisis. Lo que es nuevo para sus líderes es la necesidad de confrontarlos no como “Occidente”, sino por sí mismos, con una administración estadounidense mayoritariamente pasiva que mira hacia otro lado.
Los europeos han estado tratando de manejar estas crisis como un bloque unido de 27 estados miembros, encabezados por Alemania, que actualmente ocupa la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Lo que ha faltado hasta ahora ha sido una postura transatlántica proactiva.
La evolución del Grupo de los 7 bajo la presidencia del Sr. Trump por sí misma personifica la profundidad a la cual han caído las relaciones entre los Estados Unidos y sus aliados tradicionales. Por primera vez desde que se formó el grupo en 1975, sus líderes no han logrado reunirse este año. La pandemia del coronavirus ofrece una explicación conveniente, claro, pero la verdadera razón está en otra parte.
Trump sugirió invitar a líderes de otros países, incluido Putin. El Grupo de los 7, dijo, “es un grupo de países muy desactualizado. ¿Por qué no G10 o G11?”. Pero el primer ministro Justin Trudeau de Canadá y su homólogo británico, Boris Johnson, pronto dejaron saber que no aceptarían el regreso de Rusia al club. (La incorporación de Rusia convirtió al G7 en el G8 en 1998, pero en 2014 Rusia fue expulsada por su intervención militar en Ucrania).
El aislamiento de la administración también se muestra en las Naciones Unidas, con China llenando activamente el vacío. La decisión de Washington en 2018 de retirarse del acuerdo multilateral destinado a limitar el programa nuclear de Irán, a pesar del intenso cabildeo del “E3” (Gran Bretaña, Francia, Alemania) que había sido fundamental para el éxito del acuerdo, es un ejemplo perfecto de cómo la postura unilateral de Washington rápidamente se volvió contraproducente.
Hace tres años, después de una dolorosa reunión de la Otan con Trump, Merkel llegó a la famosa conclusión de que “nosotros, los europeos, debemos tomar nuestro destino en nuestras propias manos”. Pero su advertencia no fue seguida de acción, y fue necesario un virus para tener éxito donde los políticos fracasaron.
Contra todo pronóstico, la crisis del coronavirus ha hecho que los europeos sean más conscientes de la necesidad de hacerse cargo de su propio futuro. La “soberanía europea” es ahora la orden del día en París y Berlín.
Sus promotores creen que hará que la Unión Europea dependa menos de China y la hará mejor equipada para sobrevivir a un posible segundo mandato de Trump. O que un presidente Biden podría optar por tratar a una Europa unida como un socio real para promover valores comunes.
Con los ojos fijos en los boletos que se contarán a partir del 3 de noviembre, los líderes de Europa occidental esperan lo mejor, pero se preparan para lo peor