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Alejo Vargas Velásquez
Columnista

Alejo Vargas Velásquez

Publicado

REFLEXIONES SOBRE
la DEBACLE DE EE.UU. EN AFGANISTÁN

Por alejo vargas velásquez

vargasvelasquezalejo@gmail.com

La “recuperación” de Afganistán por parte del movimiento Talibán de la manera tan rápida en que se dio, incluyendo el abandono del país por parte del presidente nominal y la virtual autodisolución del Ejército, ha llevado a muchos analistas y medios de comunicación a hablar de la debacle norteamericana en ese país e incluso a compararla con lo sucedido en Vietnam. Pero más allá de estos hechos noticiosos, son necesarios los ejercicios de análisis.

Es claro que se trató de una intervención militar donde los objetivos no fueron claros desde el inicio o se distorsionaron. Era evidente que la invasión de Estados Unidos a finales de 2001, con el apoyo de la Otan, buscaba derribar el régimen talibán y castigar —capturar o dar de baja— a los jefes de Al Qaeda, acusados de ser los responsables de los actos terroristas de Washington y Nueva York el 11 de septiembre de 2001; buscaba acabar de esta manera con ese nicho de apoyo al grupo terrorista Al Qaeda. Ese primer objetivo se cumplió, tanto con el derrocamiento del régimen talibán como con dar de baja o capturar a miembros de Al Qaeda; simbólicamente concluye el 1.º de mayo de 2011, en el gobierno de Barack Obama, con la muerte, en una zona paquistaní cercana a la frontera de Afganistán, por un comando de élite norteamericano, de Osama bin Laden.

El problema se da cuando Estados Unidos intenta formar un gobierno democrático al estilo occidental, similar a lo dicho por el presidente Bush después de la invasión de Irak: que habían ido a “llevar la democracia” a la región. Porque es claro el total fracaso en dos cosas: en encontrar aliados, en este país tribal, con credibilidad y, especialmente, con legitimidad para formar y consolidar gobiernos permanentes —todo indica que predominaron gobiernos cuestionados por corrupción y con escaso apoyo social— y, por supuesto, en formar unas fuerzas armadas al estilo occidental, que tardaron días en evaporarse, una vez Estados Unidos anunció su retiro y la mayoría del armamento terminó en manos de los talibanes —seguramente aprendieron que formar un Ejército requiere mucho más que unos entrenamientos y dotarlo de armamento—. Es evidente que la presencia norteamericana en Afganistán podía haberse acortado en ocho o diez años, si, como lo ha afirmado ahora el presidente Biden, el objetivo no era formar un Estado-Nación al modelo occidental. Probablemente algo de razón le asiste cuando dijo que, en cualquier caso, la salida norteamericana iba a generar caos, pero sí era posible haber previsto mejor las cosas y, especialmente, aprovechar las conversaciones con los talibanes que inició el gobierno de Donald Trump en Doha (Qatar), para haberla organizado de una manera menos caótica.

Sin duda esta debacle no se le puede atribuir solamente a los norteamericanos, porque sus aliados de la Otan son igualmente responsables de haber mantenido una ocupación allí sin sentido y haber insistido en “desconocer” la realidad social y política que significan los talibanes en esa sociedad y pretender que se le puede “imponer” a otras sociedades un modelo de gobierno y de organización del Estado y de sociedad.

Claro que un nuevo gobierno talibán genera grandes incertidumbres, por su radicalismo, fanatismo y obsesión ideológica —crear un Emirato—, especialmente preocupante por el rol que juegan las mujeres en una sociedad en el mundo actual, pero allí debería concentrarse la comunidad internacional, con Naciones Unidas y Estados Unidos al frente, en buscar incidir en que un reconocimiento de ese nuevo gobierno debe estar acompañado de unas reglas de respeto por la población civil, especialmente por las mujeres y los niños, y para ello no desconocer a países relevantes, como China, Irán y Rusia, debe ser fundamental

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