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Desde ahora y en forma temprana se abren las apuestas sobre los candidatos que disputarán la presidencia de Colombia para el periodo 2022-2026. El panorama del país no es nada atractivo, por lo que la tarea será ardua para los resquebrajados partidos políticos, para los formadores de opinión y para nosotros, el electorado, sobre quien recae en definitiva el poder de decisión.
La situación del país se ha deteriorado significativamente en los últimos tres años y el pronóstico para el inmediato futuro no es alentador. Hemos descendido en indicadores respecto a las situaciones económica y de salud, agravados por la covid 19 y la ola invernal, pero también en los aspectos sociales, de empleo, de seguridad y convivencia. La violencia aumenta, las masacres no cesan, el asesinato de líderes sociales y reinsertados es cada día más preocupante. Agreguémosle la crisis de los partidos políticos que se retroalimenta con el deterioro ético y moral de nuestras costumbres, el narcotráfico, la corrupción y la impunidad que ya campean por doquier.
Ojalá el proceso político para seleccionar al presidente y al legislativo tenga el nivel, altura e inspiración democrática que la situación exige. ¿Será una quimera desear que triunfen las banderas de quienes estén realmente comprometidos con el respeto de la dignidad humana y la naturaleza, y con superar la polarización, la venganza y el odio? ¿Que triunfen los que en conciencia comprendan que la paz se construye en doble vía, es decir desde los centros de poder hacia los humildes y desde las regiones hacia esos centros? ¿Que triunfen aquellos que en su historia no tengan mancha en el respeto a la vida y a lo público, como principios sagrados? ¿Que triunfen aquellos sin antecedentes de componendas con las redes del narcotráfico ni financiados por personajes oscuros? ¿Será posible que el país le dedique más tiempo, energías y compromiso a construir futuro que a ensañarse con quienes se equivocaron en el pasado?
La probabilidad de hacer realidad esos deseos es precaria, pero hay que insistir en los propósitos que convengan a la nación. Son tiempos difíciles en que las Fuerzas Militares deberán redoblar esfuerzos para continuar siendo las garantes del orden constitucional, lo cual no será nada fácil, pues para lograrlo deberán intentar “cambiar de caballo en la mitad del río” y comprometerse en un proceso de autocrítica.
El país necesita que sus Fuerzas Militares lean y entiendan la situación compleja actual y la que se avecina. Las nuevas realidades señalan que el paradigma militar que nos ha guiado por décadas debe ser revisado, sin perder su esencia, que es la que está nítida en la constitución nacional. Se requiere evaluar las políticas y la doctrina, lo cual significa transformación y modernización de la educación y los procesos tecnológicos, para atender una sociedad cada vez más exigente con las instituciones creadas para protegerla.
El gran reto en el área militar implica entender la coyuntura y sus riesgos a la luz de los intereses nacionales, sin contaminarse de los vicios del entorno; incrementar su capacidad disuasiva frente a amenazas latentes; mantener la ética y el deber profesional como propósito superior y romper el statu quo para ser más dialógicas y comprensivas con el resto de la sociedad, sin debilitar su interacción con los centros de decisión.
