Por JUAN ARIAS*
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Me vino a la memoria un comentario de días atrás en las redes sociales: “¿Si Jesús volviera, le llamarían comunista o le recibirían a balazos los “ciudadanos de bien?”. La pregunta es sintomática del clima político religioso que vive Brasil, donde Dios ha sido colocado al centro del poder.
Si Jesús volviera, como se anuncia a veces en los camiones de carga, nos llevaríamos una sorpresa. No se trata de si sería visto como comunista o liberal. Pero podríamos hacer otra pregunta aún más inquietante: si Cristo volviera, ¿de lado de quiénes no estaría? La respuesta tampoco es difícil. No iría, sin duda, del brazo de quienes permiten que sigan existiendo personas pobres. No estaría del lado de los que, como dice el papa Francisco, “mejor les convenía ser ateos que ir a la iglesia y seguir odiando. Odiando y también olvidándose de la caravana de los excluidos, víctimas del nuevo capitalismo excluyente que va dejando a su paso un río de inútiles”. Es así como Yuval Noah Harari llama en su libro “21 lecciones para el siglo XXI”, a los nuevos proletarios de la era de la inteligencia artificial, los que ya no sirven ni para consumir.
Alguien me preguntará con qué derecho escribo que Jesús, si volviera, estaría del lado de la mujer pobre y no de los que presumen ser los dueños de Dios. Lo digo a la luz de evangelios hoy tan citados en templos y congresos en Brasil. Lo escribo recordando cómo se comportaba Jesús con el poder, sea político o religioso, cuando tramaban su muerte. Voy a recordar sólo dos episodios emblemáticos narrados por los evangelios canónicos.
En el Evangelio según Lucas, los amigos de Jesús le aconsejan que se vaya de la pobre y rural Galilea donde predicaba, ya que “el rey Herodes, quería matarle”. No explican el motivo del odio del tetrarca contra él, pero queda claro en la respuesta de Jesús: “Id y decidle a esa zorra que seguiré expulsando demonios y curando enfermos”. Herodes temía una insurrección de los pobres y marginados que seguían y aclamaban al profeta.
En otro pasaje, narrado en los cuatro evangelios, es el poder religioso el que enfrenta a Jesús. Cuando viajó a la rica e intelectual Jerusalén, entra en el templo y advierte que lo que debía ser casa de oración para todas las personas, había sido convertido en una “cueva de ladrones”. Se refería a los vendedores de animales destinados a los sacrificios, y a los traficantes de monedas. Fue la primera vez que el profeta de la paz perdió la paciencia y “echó por tierra las mesas de los mercaderes”. La reacción fue inmediata: “Se enteraron de ello los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban la manera de matarle, porque les daba miedo”. ¿Por qué ese miedo de los clérigos al desarmado profeta?
Hoy, a más de 2000 años, más que querer matar a Jesús, lo que el poder en Brasil está haciendo es más sutil y peligroso. Es adueñarse de él, domesticarlo, usarlo para sus intereses. El peligro actual es que Jesús, en vez de aparecer al lado de los pobres, se le vea en los corredores donde se cuece la política. O en los templos donde se enseña a los humildes y poco escolarizados que Jesús está al lado de los que triunfan y no de los perdedores. Mezclar los dos poderes, colocar a Dios como garante de impunidad, supone montar nuevas cruces para poder seguir sacrificando inocentes.
* Teólogo y periodista español residente en Brasil.