Por José Guillermo Ángel R.
Estación Estante Antioquia, en la que se mantienen los libros que hablan de esta parte de la Tierra y lo que contiene en variadas direcciones (literatura, geografía, historia, ensayos, desmesuras) que hablan de Medellín y los caminos que la cruzan para ir al Suroeste o al Nordeste, a las zonas costeras y al interior del país, donde el antioqueño es variado (minero, finquero, negociante, ganadero, conservador, católico), indicando que no hay uno solo sino al menos cuatro (el que desciende de colonizadores, el que se pegó a la orilla del río Magdalena a criar vacas y novillos, el que entró en Urabá y el clásico, que proviene de Santa Fe de Antioquia, Rionegro o Marinilla). Y cada uno ejerce oficios y tradiciones muy propios según sea la situación y condición geográficas (montañas, ríos, inicio de la selva, tierras calientes y frías), la manera de crear sociedades y mirar el mundo desde la paciencia o el azar, desde el ojalá (D’s lo quiera) y el que venga lo que pase.
En este estante (o estantería), he tratado de hacer un canon que me sitúe en un aquí, antes y ahora. Y he comenzado por Tomás Carrasquilla, que habla de minas, neuróticos, aparentadores y mujeres que controlan la religión, como pasa en El padre Casafús, cuento largo que se tituló Luterito, pero hubo que cambiarle el nombre por hereje. Y a don Tomás lo rondan el Porfirio Barba Jacob que habló de deseos, lubricidades y regresos; Fernando González Ochoa que no se calló nada y no sé si lo excomulgaron; Alfonso Castro que se echó encima a los defensores de la madre Laura y habló de las enfermedades en Medellín; Gonzalo Arango que pasó por el escándalo para concluir en una especie de santidad; Manuel Mejía que se inventó Balandú para mostrar maldiciones y desamores; Tomás González que no teme hablar de fracasos y Fernando Vallejo, que acaba, como se dice, hasta con el nido de la perra.
Este sería el canon simple, en el que estaría también Mario Escobar Velázquez con sus novelas de Urabá y los animales solos como Tereso, que buscaba renacer entre las plataneras. Pero todo camino (el canon es uno) tiene variaciones y nuevos escritores que se van haciendo un sitio para dar cuenta de lo que pasa (sobre ellos hablaré en otra columna), lo que significa amanecer y anochecer en estas tierras, y lo que dice vivir y morir, delirar y mirar a las mujeres (entre las cuales hay muy buenas escritoras). Y bueno, hay mucho qué leer para ser confrontados y hacerse preguntas, para estar aquí.
Acotación: Si no sabemos quiénes somos, si nos buscamos en gente que no nos conoce, si solo sabemos de allá y no de aquí, estar en estas tierras se convierte en un hervir donde todo choca como en un sancocho que hierve enloquecido, regándose.