Síguenos en:
José Guillermo Ángel
Columnista

José Guillermo Ángel

Publicado

Sobre nuestra paranoia cotidiana

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL

memoanjel5@gmail.com

Estación Cuidado, por la que vamos de tapabocas y respirando ruidosamente, como si siempre subiéramos escaleras: llevando la distancia debida (si el otro deja), caminando con pasos de bailarín y, después de haberlo hecho (durante el espacio entre salida y llegada hubo que lavarse las manos con gel, dejarse tomar la temperatura y admitir la pertinente rociada con alcohol), regresar a casa a bañarse y dejar los zapatos lejos. Y a todo esto pensando en el que te habló sin tapabocas, en los habitantes de calle que van dejando un olor agrio a su paso, en si el virus se pega del reloj, del celular o de alguna uña sucia. Y en este juego de estar alerta y, en consecuencia, malgeniado, la ciudad se mueve con sus motos y carros acelerados y contaminantes, sus carreteros de megafón anunciando aguacates, limones y zapotes; con los que ya hablan solos sin ninguna vergüenza y otro montón de ítems que alteran la razón, como pasa con la persistencia en la mentira a través de las redes y revistas.

Después de seis meses de encierro, la paranoia ha entrado en las casas y apartamentos, al espacio del teletrabajo, los mensajes de correo y de celular. Miedo a salir a la calle, miedo a los posibles asintomáticos, miedo a la calidad del tapabocas (se dice que deben tener un interior con una franja de no tejido), miedo a los mensajes donde te solicitan lo que no tenías programado, miedo a las reuniones de improviso, miedo a que el tiempo no rinde porque le estamos metiendo cargas de trabajo que lo revientan, miedo a las noticias que especulan con escándalos o datos que anuncian toda clase de distopías, cambian las situaciones y después no corrigen; miedo mondo y lirondo a cada minuto recargado que pasa.

La paranoia es un miedo que se adquiere y que, si se lo justifica o se lo habita (todo se da por repetición), se apodera de cada espacio y acto. Y en esa sensación de miedo permanente las decisiones que se toman no alcanzan o se dan erradas; las acciones son torpes y la necesidad del otro se opaca hasta que el paranoico queda solo y, en esa soledad se espanta a sí mismo. Lo anterior sin hablar del trabajo que se da a medias y desmotiva, la falta de concentración en lo que hacemos y el temor a que el futuro cercano se parezca a uno de esos aguaceros que, antes de largarse, van cargando nubes oscuras por todo el cielo. Qué miedo.

Acotación: el encierro, la infodemia, los parlantes que invaden por las calles, el desorden en el trabajo (la carga de imprevistos lo desordena), están actuando como la tortura china aquella de la gota de agua, al principio inofensiva y al final desesperante. Y ahí vamos, paranoicos. Amablemente, peligrosamente paranoicos.

Porque entre varios ojos vemos más, queremos construir una mejor web para ustedes. Los invitamos a reportar errores de contenido, ortografía, puntuación y otras que consideren pertinentes. (*)

 
Título del artículo
 
¿CUÁL ES EL ERROR?*
 
¿CÓMO LO ESCRIBIRÍA USTED?
 
INGRESE SUS DATOS PERSONALES *
 
 
Correo electrónico
 
Acepto Términos y Condiciones Productos y Servicios Grupo EL COLOMBIANO

Datos extra, información confidencial y pistas para avanzar en nuestras investigaciones. Usted puede hacer parte de la construcción de nuestro contenido. Los invitamos a ampliar la información de este tema.

 
Título del artículo
 
RESERVAMOS LA IDENTIDAD DE NUESTRAS FUENTES *
 
 
INGRESE SUS DATOS PERSONALES *
 
 
Correo electrónico
 
Teléfono
 
Acepto Términos y Condiciones Productos y Servicios Grupo EL COLOMBIANO
LOS CAMPOS MARCADOS CON * SON OBLIGATORIOS
Otros Columnistas