Estación Política, bastante concurrida y desordenada, a la que llegan políticos viejos y aprendices del arte de gobernar, ciudadanos polarizados y libreros que ofrecen libros de Aristóteles, Maquiavelo, Thomas Hobbes, Carl Schmitt, Marx, Norberto Bobbio, John Locke y Joseph de Maistre (hay para todas las tendencias). Y en fila están también los oportunistas y la gente que cambia de partido por conveniencia, los mezcladores de religión e ideología y los que buscan puesto y admiten cargos para los que no están preparados, sin que falten los que sufren de paranoia y reclaman represión, e incluso ciertos monárquicos con títulos supuestamente nobiliarios e influenciados ahora por las series de Netflix. Y entre todos discuten, se alteran, amenazan y mienten, se hacen los ofendidos y muestran la cola del diablo en el otro. Y a todas estas, entre los estrujones que se dan y las acusaciones que vuelan como zancudos, ¿sí saben qué es la política? ¿Es un imaginario, un delirio, un permiso, un comedero?
La política es el gobierno de la ciudad y el cuidado del ciudadano. Y en el caso de los alcaldes, una manera clara de gerenciar los recursos provenientes de la ciudadanía (el Estado no hace dinero) para que haya salud pública, economía funcionando, educación con investigación, cultura que promueva la imaginación y convivencia con dignidad. Y si, cuando la política es bien llevada, es una gerencia efectiva, que tiene como producto central al ciudadano, que es quien paga impuestos para ser mejor y estar en condiciones de progreso. Y algo más: esa gerencia, que cuenta con unos recursos producidos por la ciudad, debe presentar utilidades, pues para ello se paga a la estructura administrativa que se ha elegido.
El concepto de gerencia ya se ha integrado al manejo de ciudades japonesas, suizas, alemanas, francesas, norteamericanas etc., y de esta gerencia, como de cualquiera otra, se espera trabaje con las personas adecuadas (técnicos, científicos, sociólogos, intelectuales que hagan realidad las ideas), se asesore de entendidos en sociedad e infraestructuras, produzca ciudadanía en orden y, antes que todo, que tenga un plan de gobierno que asegure el suministro de servicios y alimentos, espacio público, capacitación del ciudadano (una educación continua sobre qué es la ciudad y él qué hace ahí), incremento en el uso de trabajo efectivo y conocimiento (capital intelectual), y un óptimo balance que debe presentarse cada año, como pasa en las empresas que funcionan y tienen clara su misión, le dan una fecha a la visión y evitan crecimientos indebidos. Una ciudad no es, entonces, una aventura sino una empresa bien fundada.
Acotación: para que una ciudad sea competitiva, produzca y alcance un buen nivel de vida, requiere de una gerencia central y de subgerencias efectivas que la rodeen, de planes concretos en educación, salud, empleo, producción de saberes y bienestar para el ciudadano. Y como resultado: una ciudad posible