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Julián Posada
Columnista

Julián Posada

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SOBREVIVIR

Por JULIÁN POSADA

primiziasuper@hotmail.com

“El nivel de la cloaca había subido muy por encima de nuestras cabezas. Nos había sepultado. A él, a mí y al resto. Ya no éramos un país, éramos una fosa séptica”, “con el hambre se desató la larga lista de odios y miedos. Nos descubrimos deseando el mal al inocente y al verdugo. Éramos incapaces de distinguirlos”, “olvidamos la compasión, porque ansiábamos cobrar el botín de aquello que iba mal”.

Hay frases de las que cuesta salir, que circundan como olores, que hipnotizan. Hay libros de los que sobreponerse es una tarea exigente, esa mujer que en la portada está oculta tras el brazo que la esconde, es ella y son muchas, representa las voces de un relato en el que las mujeres son protagonistas, en el que la madre es el país en demolición y el país es también ella, en el que son el poder, la solidaridad y el miedo y en el que gracias a los recuerdos que se cuelan por ahí logramos intuir que antes del ahora hubo un lugar que fue distinto. Karina Sainz Borgo es periodista cultural y nació en Caracas, pero hoy vive como tantos otros fuera de Venezuela, allí perdió parte de su historia, la linealidad de lo que debería ser su vida está rota, se hundió en el naufragio de esa geografía, en España donde hoy reside escribió su primera novela, “La hija de la española”, que se devora despacio, que duele, duele mucho, porque arde y quema y está llena de un drama que nos toca por cercano, porque también es nuestro y porque hoy más que rimar con hermano, venezolano se lee como desventura, como esperanza rota, frustración e incertidumbre... de sobrevivir se trata este relato, de lo que debió ser y parece condenado.

Dijo Rilke que “lo hermoso no es otra cosa que el comienzo de lo horrible en una imagen que todavía podemos soportar”. Esa belleza abunda en la novela, la del dolor y del horror, la de lo feo y lo macabro, la del hambre y la necesidad, aquí las frases son sentencias que horadan hondo, muy hondo, y que afectan porque tanto allá cómo aquí la relación con la muerte ha sido cercana y estrecha y la violencia nos ha marcado. Dice Adelaida, la protagonista: “vivir se había convertido en salir a cazar y regresar vivo. En eso se habían convertido nuestros actos más elementales, incluso el de sepultar a nuestros muertos”, “todos nos convertimos en sospechosos y vigilantes, travestimos la soledad en depredación”, o “en aquel país lo único que funcionaba era la máquina de matar y robar, la ingeniería del pillaje”.

Esta semana mientras veía en los noticieros las imágenes de los acontecimientos en Caracas, continué la lectura y pensé en las declaraciones de la escritora a un medio español: “Reconstruirnos como país va a ser un proceso complicado y duro. Estamos como en un perpetuo temblor, ni siquiera hay desenlace, lo cual es mucho peor. En una situación de carestía tan fuerte, donde una sociedad no tiene ni siquiera acceso al dinero, donde el dinero ya es una ficción, que no tiene medicamentos, no tiene comida, pedirle que esté en la calle, más de lo que ya está, es exigir demasiado”.

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