Viajo de Medellín a Armenia desde hace cincuenta años y nunca había sido tan dura la separación de Antioquia, el Quindío y el Viejo Caldas. Toda una región, bien llamada País Paisa, partida en dos quién sabe hasta cuándo. Los vínculos históricos, culturales y económicos entre nuestros pueblos son más simbólicos y legendarios. Hace medio siglo el viaje en bus se demoraba diez horas. En avión era preferible muchas veces, por costeable y frecuente. Hoy en día, entre la Ciudad Milagro y el Valle del Aburrá suelen gastarse hasta quince horas por tierra. Los vuelos desde el aeropuerto El Edén son carísimos y escasos. En esta época de florescencia del turismo hacia el Quindío, el caudal de visitantes de Antioquia a esta zona maravillosa debe estar reduciéndose. Hasta razón tuvieron los que excluyeron la parte antioqueña del Paisaje Cultural Cafetero.
Antes, los más graves desafíos, riesgos e incomodidades del viaje terrestre, eran los pavorosos derrumbes en Chirapotó, el mal estado del pavimento y la precariedad del servicio de transporte. Ni siquiera había terminales. De Medellín prefería salir a media noche, en un bus anticuado y escuchando tango ventiao del gusto de conductor y fogonero. Hacia el amanecer, ya superado el Cañón del Cauca, se montaban y seguían de pies decenas de campesinos cargados de bultos con víveres y aves de corral. Armenia aparecía al frente hacia las siete de la mañana. La ilusión de volver a ver a mi novia era suficiente alivio para mitigar la rudeza de la etapa.
Los constructores de la Concesión Pacífico 3, entre La Pintada y La Felisa, han fallado porque no anticiparon la habilitación de la vía alterna por Caramanta y Valparaíso. Habría bastado hasta una simple capa de cascajo. No se ve por dónde será una doble calzada y no una mera ampliación. El trato a los viajeros de todas las condiciones es por lo menos de indiferencia. Los insoportables pareysigas son una paliza, una tortura. Es increíble que en tanto tiempo no hayan inventado otro modo de permitir el flujo de ida y vuelta. La información es nula, cuando podrían mejorarla con motociclistas dotados de megáfonos. Las indicaciones por teléfono son imprecisas y parecen robotizadas. No se controla a los conductores temerarios que no respetan ningún orden. En fin, la lista de deficiencias es larga y no se resuelve con videos en Facebook comparables a los de modernas urbanizaciones donde muestran piscinas que sólo son yakuzis.
Mientras tanto, una región decisiva en el país, que representaría modelo de innovación y progreso, sigue tan golpeada, tan azotada como los Llanos con el camino a Villavicencio, con todo y la abundancia de información, críticas y acciones gubernamentales. ¡Pero qué vamos a hacer, si somos viajeros de tercera!