Los tiranos solo caen por la fuerza. Por eso, por mucho que se empeñen el presidente Guaidó y aquellos países que lo han reconocido como tal –medio mundo a excepción de Rusia, Cuba, China, México, Turquía y los dos satélites castrochavistas que aguantan entre alfileres– en ofrecer una salida honrosa a Maduro, va siendo hora de pasar a la acción. Y así parece que será. Desde Venezuela suenan ya los ecos de una rebelión militar en la que se encuadrarían altos mandos en activo además de los cuadros intermedios, cuya desafección con la dictadura es más que notoria. El régimen tiene bien atadas las cosas en Caracas, pero no así en las regiones costeras más alejadas de la capital, donde se está cociendo un alzamiento que se pretende pacífico.
El objetivo, según las filtraciones militares, es que vayan cayendo todos los estados venezolanos hasta conseguir aislar los cuarteles de Caracas. Esto forzaría la rebelión de la tropa y la huida o deserción definitiva de los generales más cercanos al tirano, cuya fidelidad no da para derramar su sangre por una causa ya perdida. Los planes están masticados y solo hace falta coordinar la fecha, y calibrar las dos opciones posibles en caso de que Maduro se acantone en Miraflores. La primera es sacarlo por la fuerza y empaquetarlo rumbo a La Habana. La segunda, que gana más enteros cada día, es su detención y puesta a disposición de la Justicia venezolana. Ambas tienen pros y contras. Dado que Guaidó no quiere convertir en mártir del chavismo al sátrapa caribeño –si es que alguien pudiera considerarlo así una vez muerto–, preferiría que en términos democráticos se le juzgue en casa por mucho que sea un engorro y le resulte más cómodo desterrarlo a Cuba, a vivir a cuerpo de rey soltando bravuconadas bajo el amparo de Díaz-Canel, otro que ya puede poner sus barbas a remojar por mucho que Cuba sea otra cosa, una cárcel-isla, para ser exactos.
La prueba de que los movimientos están en curso es la información publicada desde Washington por Venessa Jaklitsch en «La Razón», según la cual los altos mandos militares venezolanos han comenzado a sacar a sus familias del país ante la eventualidad de que la situación se vuelva insostenible para Maduro, algo que es un hecho, ya que no hay posibilidad de vuelta atrás. Las fuentes consultadas por Jaklitsch aseguran que la mayoría de militares más próximos a Maduro tienen a sus familias a buen recaudo en Miami, Madrid y distintos destinos caribeños. Su dinero está también fuera del país desde hace tiempo, lo que aseguraría su huida ante la inminente asonada. La mayoría de ellos tiene claro de qué lado se pondrán cuando llegue el momento, pero han preferido buscar refugio para sus familias ante la eventualidad de que haya un derramamiento de sangre mayor que hasta la fecha. Así pues, Maduro tiene las horas contadas. Puede ser esta misma semana o en las próximas, pero no existe la opción de que los venezolanos, como en anteriores ocasiones, bajen los brazos y de que la oposición se desmorone y caiga en el engaño de entrar a dialogar con la dictadura.
Queda por ver el papel que jugará Diosdado Cabello en las últimas horas de «madurismo». Cabello está quemado por completo. Quizá su única tabla de salvación sea entregar la cabeza de Maduro y buscar un exilio confortable a cambio. Cabello nunca ha perdonado a Maduro las jugarretas que el «ala civil» del chavismo le hizo para que perdiera la carrera en la sucesión de Chávez, compañero de armas en el fallido golpe de 2002. Como todo tirano, Chávez eligió a un delfín que le hiciera bueno en la sucesión y colocó a Maduro a sabiendas de su nula preparación. Cabello asumió la derrota y a cambio pidió vía libre para sus actividades «empresariales», gracias a las que ha amasado una fortuna que, a buen seguro, querrá disfrutar. Tic, tac. Cuenta regresiva en marcha.