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Uno de los trastornos obsesivos más comunes es la hipersensibilidad a la posible suciedad de las cosas, el horror patológico a los microbios. He conocido personas que se lavaban las manos doscientas veces al día, o que se estremecían ante la idea de tener que estrecharle la mano a alguien. Llevo pensando en ellos desde que leí, hace unas semanas, ese fascinante reportaje de Miguel Ángel Criado en EL PAÍS, en donde explicaba que, cada vez que nos besamos con lengua con alguien durante diez segundos, intercambiamos ochenta millones de bacterias. Pobres maniáticos de la higiene míos: supongo que a los casos más graves ya les daría cierto repelús lo de mezclar salivas, pero me temo que este reportaje ha podido terminar de estropear...