Por Agostinho Ramalho Almeida.
La toma de decisiones es una de las cosas más importantesque hacemos en la vida, siendo estudiado por diferentes autores, científicos y áreas de conocimiento. Involucra tanto el conocimiento empírico como la capacidad de pensamiento para comprender cuál debería ser esa elección final. Entre otras cosas, es clave para la resolución de problemas, el trabajo en equipo y avanzar hacia objetivos comunes. Pero también puede ser una de las cuestiones más complejas de tratar, especialmente en la dinámica de las organizaciones y de los equipos ante el cambio. Es casi imposible tomar decisiones que coincidan con los sentimientos, opiniones y deseos de todas y todos.
Una de las partes interesantes de la toma de decisiones es que puede ser racional o irracional. Daniel Kahneman, premio nobel de la Economía en 2002, acuñó en su libro “Pensar rápido y lento” el término WYSIATI (acrónimo de “Lo que ves es todo lo que hay”) para explicar lo irracionales que realmente podemos ser a la hora de tomar decisiones. Él basa esto en la coexistencia de dos sistemas en nuestra mente: el sistema 1, que funciona de manera rápida y casi automática (a veces incluso sin control consciente); y el sistema 2 que suele ser responsable de actividades mentales más racionales y profundas. Naturalmente, el primer sistema es muy útil para simplificar los procesos diarios y acelerar las decisiones, aunque normalmente es más propenso a equivocarse. Por eso el segundo sistema, según Kahneman, es tan importante: nos permite procesar más datos e información antes de tomar la decisión.
Esto me ha llevado a pensar sobre la dificultad que tenemos en tomar decisiones y, una vez tomadas, porqué algunas decisiones no conllevan realmente a acciones concretas. O, por otro lado, ¿por qué desarrollamos sesgos cognitivos y errores sistemáticos en el pensamiento que influencian nuestras decisiones? Muchos autores sugieren que resulta de la tendencia en simplificar el procesamiento de la información y entorno. Otros, porque tenemos un sistema de creencias bajo el cual nos desarrollamos que nos limitan la capacidad de ver muchas opciones diferentes para poder elegir. O simplemente porque sobre-analizamos debido al temor de equivocarse. Definitivamente un tema complejo, involucrando componentes psico-sociales, anatómicos y fisiológicos.
Es curioso, porque conceptualmente debería ser sencillo: tomar la decisión de cara a lo que necesitamos o deseamos (si lo que deseamos o no es lo mejor para uno, es una pregunta muy diferente). En estos días, escuchaba a Francis Mallmann, un chef argentino, sobre los diferentes caminos que ha tomado su vida y de cómo envejecer contempla ese poder especial de tomar decisiones con mayor tranquilidad: desde la claridad y honestidad de lo que uno quiere. La respuesta, como siempre, no es sencilla porque en nuestras decisiones, independiente de la forma en que las tomamos y la profundidad de las mismas, generalmente tenemos en cuenta las necesidades y sentimientos de otras personas. La empatía, tan importante en nuestra capacidad de relacionamiento con los demás, es mucho más que un proceso puramente cognitivo y las conexiones personales que hacemos tienen un componente emocional verdaderamente profundo