Más de cuarenta años después de los pactos de transición que marcaron el fin del régimen franquista y el salto de España a la democracia, tal parece que el gobierno que preside Pedro Sánchez en nombre del Partido Socialista está retrocediendo hacia otra forma de autocracia, la de la izquierda radical, con la creencia disparatada en que puede ganar confianza y respaldo al admitir una coalición destructiva con Podemos, el partido del agresivo Pablo Iglesias y el apoyo de separatista Esquerra Republicana de Cataluña.
Sánchez ha demostrado una capacidad insólita de pactar hasta con el diablo, con tal de mantener lejos del poder al desacreditado Partido Popular y a movimientos de centro como Ciudadanos y de la derecha como Vox. La transición democrática nunca antes había estado en peligro de extinguirse, desde la época en que la fundó Adolfo Suárez con la Unión de Centro Democrático, UCD, que hizo posible la salvaguarda de la unidad, el avance hacia una Constitución consagratoria del estado social de derecho, el rechazo frontal contra el terrorismo de la Eta, y el ascenso de la reputación de España en Europa y el mundo, que superó por fin la vieja era en la cual se hacía mofa de la nación ibérica mediante el chiste de que “Europa empieza en los Pirineos, que limitan el Norte de África”.
Tan democrática ha llegado a ser España en la vida política, en las relaciones de los ciudadanos y en la tolerancia, que nada traumático pasó con la alternancia de los dos grandes partidos en el gobierno. En forma recíproca unos y otros han admitido los cambios en la Moncloa, e incluso ha sido normal que desde el PP se reconozca la respetabilidad de Felipe González en catorce años de mandato. Hasta a Zapatero, a pesar de sus incongruencias, se le toleró desde la oposición, tanto que fue sucedido sin tropiezos por el discreto Rajoy, forzado a renunciar por una moción de censura, en el curso de un escándalo por corrupción.
Con Sánchez han aumentado la crispación y la incertidumbre. Ha sido un presidente divisionista. Ha venido distanciándose de propósitos fundamentales e intereses vitales pactados con la Transición. La connivencia con el separatismo de Esquerra, la llave con el despotismo de Podemos, la manifiesta simpatía, en lo exterior, con el totalitarismo de Maduro en Venezuela, y el favorecimiento de Bildu, el partido en el que se ha camuflado la Eta, son signos de esa ruptura de los pactos históricos, que acentúa la división de España, con indicios que evocan los preámbulos de la Guerra Civil de 1936.
Al mismo tiempo, Sánchez ha precipitado retrocesos en la educación (imposición de la equidad de género y adoctrinamiento de estudiantes), ha aumentado la megalomanía estatal con la ilusión del estado de bienestar, ha sido improvidente con las puertas abiertas a las inmigraciones ilegales y ha sido proclive a quebrantar la separación de poderes. El sanchismo representa un riesgo de retroceso a un régimen totalitario.
Mientras tanto, como dijo Luis María Anson en estos días, “la cobardía moral de la clase dirigente española resulta verdaderamente bochornosa. Cada vez son más los políticos que no se atreven a defender lo que piensan. Por el contrario, se embadurnan todos los días con maquillajes ridículos de progresismo y la esperanza de atravesar así la aduana del futuro”.