Estuve donde mi anciano tío cura, el padre Nicanor Ochoa. A él, tan real como imaginario (o mejor, real por imaginario), acudo a menudo para apaciguar mis inquietudes interiores, las angustias del momento. Se lo dije de entrada:
-Con esto de los escándalos de corrupción, tío, el país está oliendo muy maluco.
-Es que, hijo, a eso huele la corrupción: a podrido. A eso, a putrefacción, a cadaverina, huele hoy Colombia.
-El cáncer de la corrupción, padre, de que se habla retóricamente y que, como el cáncer, se diagnostica pero no se cura.
-Y es que el cáncer no es sino el hambre incontenible de una célula que acaba devorando todo lo que la rodea. Es como si a una hormiga le diera el hambre de un elefante y empezara a devastar todo a su alrededor para...