Por Luis Gonzalo Mejía Cañas
En ejercicio de mi profesión de ingeniero estructural he podido conocer de primera mano los efectos devastadores que producen los sismos. La tragedia que hoy enluta a Turquía y a Siria bien merece una reflexión al respecto, pues lo ocurrido allí no solo ya ha sucedido en otras partes del mundo, sino, lo que es peor, va a seguir ocurriendo, aun, para sorpresa de algunos y angustia de otros, en nuestra ciudad de Medellín. Fácilmente se olvida que vivimos en una tierra que no es firme, que se mueve y que no es ella la que causa las tragedias, sino que la causa son las casas y edificios mal construidos, como bien lo resumió el ingeniero James Gere: “Los terremotos no matan a las personas, las malas construcciones sí”.
Es necesario entender las emociones y las razones, para así plantear soluciones. La humanidad le ha temido a las fuerzas naturales y a los desastres que ellas ocasionan y por ello es pertinente mencionar este sentir generalizado de soledad y finitud, transcribiendo las sobrecogedoras palabras del escritor Porfirio Barba Jacob, quien se encontraba en San Salvador, en el año de 1917, cuando ocurrió el terremoto que destruyó varias ciudades de ese país:
“¡Todo estaba dispuesto para la vida, y todo yace ahora bajo la garra de la muerte!”.
En manos de nosotros los ingenieros estructurales, geotecnistas y de las autoridades, está la búsqueda de caminos para evitar que estas tragedias se repitan. Estas últimas deben actuar sin contemplaciones con aquellos que por codicia, por ignorancia, por omisión y por falta de supervisión permiten que estas tragedias se presenten y llenen de dolor a comunidades enteras, que ven partir a los suyos, aplastados por las losas de esos edificios vulnerables que jamás debieron haber sido construidos, pues ya conocemos cómo se pueden evitar estos colapsos.