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El súper domingo electoral que vivió Europa tuvo su epicentro en España, donde, además de celebrarse los comicios al Parlamento europeo, los electores debieron de votar a alcaldes y a los nuevos gobiernos autonómicos en la mayoría del país. Como usted no tiene por qué saber qué diantres es una autonomía, aunque seguro habrá escuchado todo eso del lío en Cataluña y de los años en los que ETA, una banda terrorista como las Farc pero en versión urbana, asesinaba hombres, mujeres y niños (hasta casi 900) en el País Vasco y el resto de España, déjeme explicarle. Las autonomías son como los departamentos, con la salvedad de que aquí tienen tal grado de autogobierno que controlan las competencias en Sanidad, Educación, algunos impuestos y carreteras, y las que quieren pueden pagarse su propia policía autonómica –como Cataluña, País Vasco y Navarra–, evitando el despliegue de la Policía Nacional, que no de la Guardia Civil, presente en todo el territorio español. En definitiva, en un país tan descentralizado como España, las autonomías son mini-estados dentro del Estado. A menudo se las compara con los länder alemanes, aunque algunas tienen, en mi opinión, bastantes más poderes. Ocurre esto en el País Vasco y Navarra, donde pagan menos impuestos que en el resto del país a la “caja única” por una salvaguarda prehistórica del Medievo, según la cual los señores feudales de aquellos señoríos vizcaínos y del Reino de Navarra cobraban sus impuestos al pueblo y le daban al Rey de España lo que consideraban. A cambio, le rendían lealtad y se comprometían a ponerse al servicio de sus huestes en caso de que se declarara una guerra, cosa harto frecuente antaño.
Pues bien, tras el hundimiento del centro-derecha en las pasadas elecciones generales, celebradas hace un mes, que dejó en bandeja el poder a los socialistas de Pedro Sánchez, parece que los resultados del domingo dan un respiro al Partido Popular. Para empezar, el líder conservador, Pablo Casado, ha logrado frenar el llamado “sorpasso” de Ciudadanos, la opción de centro que lidera Albert Rivera, y que hace dos años era de centro-izquierda y hoy es de centro-derecha. Se mantiene así el PP como fuerza mayoritaria conservadora, pese a la sangría de votos y la pérdida de feudos. Ha logrado Casado taponar la hemorragia por el centro y también sellar la brecha por la derecha, donde la formación VOX, se ha dejado un millón de votos respecto a los obtenidos hace solo un mes. Parece que las cosas van volviendo a su cauce. Tras dos legislaturas y la que se viene encima con una fragmentación multipartidista a la italiana que ha convertido en ingobernable el país, los electores comienzan a hartarse de que los “nuevos partidos” se dediquen más a buscar la hegemonía antes que lograr acuerdos con sus afines. La vuelta a los partidos tradicionales parece un hecho necesario. Por el lado de la izquierda, que sufrió antes que la derecha eso de la llamada “nueva política”, con la irrupción de los bolivarianos post-comunistas de Podemos, el PSOE de Sánchez ya ha comenzado a deglutir lo que quedaba de la formación de Pablo Iglesias tras el atracón de votos que le robó en las legislativas. El PP, después de recuperar la Alcaldía de Madrid y el gobierno autonómico de esta región, deberá comenzar la reconquista del voto útil al centro y a su derecha.
El bipartidismo que se asoma no ha sido tal en Europa, donde liberales y verdes han logrado una amplia representación en la Eurocámara, pese a que Populares (centro-derecha) y socialistas siguen siendo los más fuertes por ese orden. Al menos, los populistas, eurófobos y la ultraderecha no han logrado el resultado que les daban las encuestas. Un respiro.
