Por JOHEL MORENO SÁNCHEZ
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Preocupante para los centros universitarios, las asociaciones de profesiones afines a la ingeniería y para la comunidad en general que hoy su ejercicio esté en el banquillo por causa de tantos edificios colapsados y que la justicia haya sido ineficaz para resarcir a las víctimas y que obras tan importantes para la economía del país como el puente Chirajara también se haya ido al suelo.
Cuando las fuerzas de la naturaleza “hacen presencia” en aquellas estructuras que utilizaron materiales de mala calidad diferentes a los indicados en los planos, se han tomado decisiones equivocadas durante su construcción o no se ajustaron al rigor científico ni a los estándares y sistemas de diseño que la ingeniería ha aprobado, es de esperar que colapsen o amenacen ruina.
Deplorable que algunas empresas constructoras y profesionales hayan trasgredido el código de la ética al hacer de la ingeniería el infame negocio de vender sueños e ilusiones a inocentes compradores de buena fe para convertirlos en una pesadilla familiar de nunca acabar al ver “implosionado su patrimonio” y reducido a escombros en pocos segundos. Y las preguntas que muchos se hacen tras la aparición de señales de alerta en los edificios: ¿cuántos más seguirán la suerte de Space y quiénes responderán o será que la culpa se la achacarán a las curadurías?
Es de esperar que cuando se alteran las dimensiones que determinaron los cálculos para que las estructuras resistan las cargas en situaciones extremas, ya será tarde para corregir errores y si la estructura no tiene potencia, resulta impropio hablar de repotenciación; porque ya no será técnicamente posible adherirle el hierro o el concreto que se le negó.
Con razón en la antigua Mesopotamia, cuando aún no se había inventado la rueda ni el papiro hace 3.750 años, el rey Hammurabi de Babilonia determinó grabar en granito un código, para que ni el viento ni la lluvia lo borrara y quedara fijado de las mentes que los constructores infractores debían responder ante la sociedad por la calidad y defectos de las obras, so pena de condenarlos al castigo por los daños materiales o la pérdida de vidas humanas.
Ah tiempos aquellos en los que no existían curadurías ni era necesario otorgar pólizas de seguro o aplicar la denominada ley de vivienda segura o “Ley anti Space”, que será inoperante mientras no impere la ética en el ejercicio de la buena ingeniería o conformen sociedades constructoras de papel que se liquidan una vez terminan los proyectos.
Es como si no hubiese sido suficiente la experiencia y el aprendizaje para capitalizar errores en procura de hacer las obras cada vez más seguras y evitar caer en la tentación de lograr falsas economías, las que han conducido a implosionar las obras mal hechas.