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Confirmando los pronósticos, la Cámara de los Comunes ha rechazado el acuerdo de Brexit que el Gobierno de Theresa May había negociado –aunque sería más preciso decir “había asumido”– con la Comisión Europea. El momento se vive en la UE con preocupación, pero sin vértigos. Claro que se prefiere un proceso ordenado y con plazos ciertos, pero todos los escenarios son en última instancia digeribles. Un retraso de la salida hasta el verano podría producir un efecto limbo temporal pero no deja de ser un ajuste técnico, ya que nada sustancial será renegociado. Ocurra lo que ocurra, la primera ministra May pasará a la historia con más dignidad que David Cameron. A medio plazo, como ya se ha dicho, también se abren diversas posibilidades sobre la retirada, incluyendo un segundo referéndum que, en contra de lo que a menudo se quiere pensar, sería tan divisivo como el primero y fracturaría aún más la democracia más antigua del mundo.
Este resultado es el desenlace político y simbólico de un proceso de desfiguración de una forma de gobierno. Nunca antes el poder ejecutivo había sido desautorizado con esa rotundidad (¡230 votos de diferencia!) en Westminster y tampoco hasta hoy se habían visto tan claras las disfuncionalidades que padece The English Constitution.