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Diego Agudelo
Crítico de series
¿Qué tan cerca estuvo la humanidad de enfrentar un cataclismo global el 26 de abril de 1986? Ese día explotó uno de los reactores de la planta nuclear de Chernóbil. El hecho histórico es conocido por todos, pero no sus detalles. Por ejemplo, la cifra de muertos a raíz de la radiación todavía es una polémica. Se calcula que pudieron ser entre 4.000 y 90.000, si se tienen en cuenta no solo las personas que murieron durante los días del accidente sino aquellos que sufrieron secuelas irreversibles en su cuerpo, como el cáncer. El gobierno ruso ha manejado desde los ochenta la cifra oficial de 31 muertos, número irrisorio que hace sospechar que alguien tiene que estar mintiendo. Una mirada profunda de los acontecimientos y sus protagonistas se ofrece en la miniserie de cinco capítulos Chernóbil, emitida por HBO.
La producción no solo recrea minuciosamente la secuencia de eventos que tuvieron lugar durante el accidente sino que se encarga de mostrar el tejido burocrático a través del cual se intentó silenciar la verdad al mundo. El desastre no solo está representado por un núcleo bombeando radiación letal al aire, al agua, a la tierra y a los cuerpos de los hombres que intentaban apagar el fuego; el desastre también ocurría a puerta cerrada en las oficinas de los dirigentes, que por encima de todo, incluso de las vidas humanas, quisieron mantener una imagen invulnerable de la Unión Soviética. Imposible que un régimen perfecto hubiera permitido una falla de esas proporciones.
Sin embargo, algunos de los que estuvieron en la primera línea de defensa, expuestos a la radiación y con el destino de millones de personas en sus manos, se opusieron a la soberbia y la hipocresía, buscaron la verdad y trataron de contarla al mundo.
Chernóbil tiene grandes méritos: la recreación de la época tiene tanto realismo que por momentos las imágenes parecen las de un documental, crear el vestuario de cada grupo de hombres -bomberos, soldados, civiles, médicos, políticos, niños- debió ser una tarea herculeana, también el trabajo de reproducir el escenario de la catástrofe que nos sitúa justo en el corazón de esa zona boscosa que todavía hoy está infestada de radiación.
Todo lo anterior adquiere volumen y profundidad gracias a una pléyade de personajes que convierten los cinco episodios en un bombardeo de tensión pura. Empezando por el científico Valery Legasov, quien se convirtió en proscrito por el hecho de denunciar que las causas del accidente no solo tenían que ver con los errores humanos sino con los diseños defectuosos de las plantas nucleares. El actor Jared Harris, a quien también pudimos ver en el drama The Horror, interpreta a un hombre valiente, lúcido y ecuánime. Lo acompañan Stellan Skarsgård en el papel de Boris Shcherbina y Emily Watson aparece como una licencia de la ficción, pues ella encarna a las decenas de científicos que acompañaron al Legasov de la vida real.
La serie también le pone rostro a las víctimas: a los soldados inexpertos que debieron recorrer los pueblos desiertos sacrificando a los animales domésticos contaminados por la radiación, a los bomberos que atendieron el incendio y fueron abrasados por el fuego invisible del uranio, a los ancianos que se resistían a evacuar el territorio donde habían sobrevivido a otros horrores, a las mujeres que sobrevivieron porque el feto que llevaban en el vientre fue el que absorbió toda la radiación, a los pobladores de Pripiat que en la primera noche acudieron a un puente cercano para contemplar un incendio de colores inusuales. Esta es una de las imágenes más bellas de la serie: el viento sopla sobre sus rostros, las cenizas caen del cielo, los niños juegan como si estuviera nevando y en las miradas de todos está el brillo del asombro, ignoran el veneno que los envuelve.