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Samuel Castro
Editor Ochoymedio.info, Miembro de la Online Film Critics Society
Twitter: @samuelescrito
Volver a la normalidad, además de hacer posible que regresemos a las salas de cine (con tapabocas y aguantando la más mínima tos), también significa quejarnos de los malos traductores, capaces, en el caso que nos ocupa, de convertir el bellísimo “Tutto il mio folle amore” (Todo mi loco amor) de la película de Gabriele Salvatores, en el descafeinado “Volare” con que aparece en nuestra cartelera. En el colmo del descaro, ponen ese título porque uno de los personajes principales, Willy, canta esa famosísima canción en alguna escena, ¡sin ninguna otra relación con la película! Así que esta nueva normalidad, al menos en este aspecto, se parece mucho a la antigua, en la que “Easy rider” terminó llamándose “Buscando mi destino”.
¿Por qué usar un párrafo de la crítica para quejarse de una mala traducción del nombre? Porque en este caso es una traición. El título original en realidad describe mucho mejor este viaje intenso, sin sutilezas, que nos propone Gabriele Salvatores, adaptando una novela de Fulvio Ervas. Ese “loco” amor es el que tiene Vincent por la gente que le rodea, pues debido a una condición mental que lo hace diferente a los jóvenes de su edad y más dependiente de cuidados externos, todo en él es extremo: su manera de manifestar cariño y su tristeza, su ternura espontánea y su desesperación cuando cambian sus rutinas. Salvatore juega limpio y desde las primeras secuencias nos plantea las reglas del mundo que veremos: hay gritos y canciones cantadas a todo pulmón, salones de baile llenos de mujeres con maquillajes exagerados y una nariz postiza que el padre adoptivo de Vincent, Mario, usa para leerle párrafos de Edgar Allan Poe que lo calman en sus crisis. Ni el director ni su guionista intentan disimular los golpes bajos o negar que es un melodrama, y mucho menos que entienden el universo como un lugar de casualidades inverosímiles que el público se debe tragar porque sí. Habrá espectadores que se sentirán empalagados, y en parte tendrán razón. Pero esa mezcla de despropósitos narrativos y personajes secundarios abandonados a su suerte es completamente coherente consigo misma.
Vincent terminará acompañando a su papá, Willy, ese cantante de bodas y cruceros que abandonó a su madre hace décadas, a un viaje de conciertos patéticos organizados en pueblitos perdidos de Eslovenia y Croacia. Será la oportunidad para que Willy conozca esa parte de sí mismo que no ha ejercitado, la paternidad, y para que Vincent abandone finalmente la infancia, al tener contacto con el mundo más allá de las puertas de su casa, donde no hay muchas personas dispuestas a perdonarle todo. Aquí de nuevo la incorrección política funciona muy bien, porque nadie intenta ser “amable” con Vincent ni usamos eufemismos para hablar de la primera relación sexual del joven con una prostituta. Ese tono franco, esa honestidad brutal, es la que permite que nos comprometamos con los personajes y estemos dispuestos a creernos las exageraciones y su permanente coqueteo con lo ridículo. “Y sin embargo se mueve”, como dijo otro italiano alguna vez.