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Nos gustan los quijotes. Hay una belleza cruel que todos apreciamos en la figura del flaco caballero andante que se enfrenta sin esperanza contra los molinos de viento. Aunque nadie quisiera que su padre se convirtiera en Alonso Quijano, todos los guionistas del mundo comprenden que el hombre que lucha contra poderes que lo superan es una figura narrativa tan poderosa, tan sublime, que pone de su parte al público en cualquier historia. Lo que “Mank”, la última obra de ese gran director de cine que es David Fincher, pretende revelarnos es que detrás de “Ciudadano Kane”, título imprescindible en la historia del séptimo arte, había un quijote en plena carrera hacia las aspas.
La primera parte de “Mank” podría tener un letrero de advertencia al comienzo, con la frase “Cinéfilos alérgicos al Hollywood clásico, favor abstenerse” en grandes letras mayúsculas. Porque el guion firmado por Jack Fincher, padre del director, parece un directorio telefónico de la meca del cine en 1936: está lleno de nombres, referencias y chismes, que sirven para emocionar a los amantes de “la fábrica de estrellas”, pero que alejan al público más cotidiano. Tengan paciencia. Porque si logran superar esa introducción que parece la trivia de un concurso televisivo, se encontrarán cara a cara con un hombre envejecido prematuramente, al que desearán acompañar cuando la vida le presenta una última oportunidad de creer que la pluma puede ser tan afilada como la espada.
Herman Mankiewicz es retratado con estrepitosa hondura por Gary Oldman, quien con este papel de dipsómano contra las cuerdas, incapaz de no demostrar cada tanto que es el más inteligente de la habitación, se pone en los primeros lugares de la carrera por el Óscar del próximo año. Lo que veremos, gracias a unos flashbacks cuidadosamente intercalados con el proceso de escritura del guion de Ciudadano Kane, que se llevó a cabo en medio del desierto para alejar a Mankiewicz del alcohol y la charla nocturna, es la forma en que una idea va cobrando forma a partir de muchos momentos que van haciendo mella en el espíritu de los creadores.
Una de las grandes “trampas” narrativas por las que “Ciudadano Kane” es única fue utilizar antes que nadie las herramientas narrativas del periodismo (entrevistas con personas cercanas al personaje principal, testigos de ciertos hechos que no pudieron ver otros, hipótesis que se juega el narrador a partir de indicios) para dar la sensación de verdad en una ficción. Lo que veremos es que en realidad Mankiewicz estaba jugando con las mismas armas con que los medios de comunicación de William Randolph Hearst construyeron historias sobre la llegada de inmigrantes indeseados y partidarios del socialismo (¿les suena?), para dinamitar cierta candidatura que no le gustaba a la clase dominante de California. Es decir que, asqueado por ser parte del negocio que creaba noticias falsas, decide usar la ficción para dejar desnudo al emperador de ese negocio.
Tendría que aclarar el título de esta crítica en este texto. Pero sería mejor que ustedes vieran la película y supieran por qué lo puse. Supongo que es algo que pueden hacer los críticos cuando quieren que sus lectores no se pierdan algo que a ellos los deslumbró.
