El país recuerda bien el montaje que se le hizo al entonces almirante Gabriel Arango Bacci, oficial de la Armada Nacional de impecable trayectoria que un buen día, en 2007, fue capturado y presentado como auxiliador de redes de narcotráfico. Sus superiores jerárquicos obraron no solo con dolo cómplice sino con una indigna cobardía, al prestarse a una operación que hoy, todavía, sigue en las tinieblas de la impunidad.
El almirante fue absuelto por la Corte Suprema de Justicia y ahora el Consejo de Estado acaba de condenar a la Fiscalía General de la Nación a indemnizarlo por los daños a su honor y por haberlo privado injustamente de la libertad. Deberá, además, pedirle perdón, gesto apenas natural para reparar moralmente daños que no tienen forma de resarcirse.