viernes
7 y 9
7 y 9
El nivel, los resultados y la importancia del ciclismo colombiano hoy, en el mundo, no pueden verse empañados por algunos corredores y entornos señalados de consumir o tolerar sustancias prohibidas expresamente por la Unión Ciclística Internacional (UCI). No solo por lo que hay en juego en materia de imagen deportiva e internacional para el país, sino por el mensaje que se les manda a los jóvenes respecto de pensar que los atajos y las trampas pueden garantizar su éxito profesional y humano.
Una brillante generación de ciclistas y dirigentes está sintiendo los coletazos del cierre del equipo Manzana Postobon y el litigio en que está envuelto Jarlinson Pantano, sindicado de supuesto consumo de EPO, para mejorar su rendimiento, ante lo cual existe la probabilidad de que el corredor abandone tempranamente carreteras y competencias.
El fantasma del dopaje ha vuelto a asomar, y de qué manera, en los camerinos de los equipos de ciclismo profesional. La Federación Colombiana de Ciclismo (ver Contraposición), se apoya en laboratorios de Cuba y Europa, y mantiene estrecha coordinación con la UCI para monitorear casos sospechosos. Lo hace antes, durante y después de las competencias, pero se reconoce el vacío que dejó el cierre del laboratorio de pruebas antidopaje de Coldeportes.
También se trabaja con los ciclistas de las categorías menores para que tengan conciencia del daño enorme que pueden provocarse con el uso de estimulantes: a su salud, a su carrera, a su vida familiar y social. Hay un esfuerzo grande por concientizarlos.
Los responsables de un deportista dopado son el propio corredor, presa de ambiciones desbordadas e incluso de presiones extremas para elevar su rendimiento. Pero también puede haber culpa, y ya está analizado, en sus entrenadores, preparadores físicos y masajistas. Si no se trata de una culpa por acción, la hay por omisión. Por ignorar las señales del dopaje a partir del conocimiento detallado y del contacto permanente con el corredor. Así que cabe un fuerte llamado de atención a la conciencia de los cuerpos técnicos para impedir que reviva esta práctica que pone en peligro a toda la familia del ciclismo colombiano.
El daño mayor es para una sociedad como la nuestra, expuesta a tantos fenómenos de ilegalidad, y al mal ejemplo de algunas figuras que con actos de corrupción erosionan la moral y la ética públicas. El dopaje quiebra y deja por el suelo las reglas de juego e igualdad de un deporte hermoso y de esfuerzos colosales como el ciclismo.
Si bien sobre deportistas de alto rendimiento a este nivel de exigencia pesan enormes presiones deportivas y sociales, no es excusable ni entendible que se acuda a drogas que despedazan el espíritu de competencia y las normas. Además del descrédito que le causan a los patrocinadores y sus marcas, a las ligas y federaciones. A sus familias, a sus compañeros y al país.
El dopaje es condenable. Daña a quien lo practica, descalifica su labor, avergüenza a los equipos y compañeros. Por eso hay que denunciarlo y combatirlo.
El desarrollo del ciclismo colombiano, su prestigio y lugar hoy en el pelotón mundial no admiten estas conductas. Figuras como Nairo Quintana, Rigoberto Urán y Egan Bernal, entre otros, y tras ellos cientos de promesas, han transitado un largo camino que no puede ser enlodado por quienes buscan ganar con tretas.