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Desde enero de 1959, los cubanos que vieron la llegada de la Revolución castrista y la entrada de los “barbudos” a La Habana, y confiaron en esos primeros meses en el inicio de un auténtico gobierno de raigambre popular, fueron percatándose pronto de que lo que se les venía encima era una dictadura.
A comienzos de los años sesenta, Fidel Castro comenzó a apartar de su círculo de confianza a los “comandantes de la Revolución” que pudieran hacerle sombra, o que le advirtieron -caso Huber Matos- que el rumbo que habían trazado en Sierra Maestra no era el que se veía desde el Gobierno. Castro muy poco después declaró que la isla quedaba sometida a un régimen marxista, bajo la égida soviética, mientras comenzaba una retórica antiimperialista (contra Estados Unidos, específicamente) que dura hasta hoy.
Contaron los Castro (Fidel y Raúl) con la suerte de ganarse la benevolencia de un número importante de intelectuales y celebridades del mundo entero, que sirvieron de caja de resonancia de las consignas de lo que ya era una dictadura. Varios de ellos se percataron en su momento de la asfixia de las libertades públicas y prefirieron hacerse a un lado. Otros, incluyendo premios nobel, académicos, cineastas y escritores siguieron sirviendo de propagandistas al régimen, con textos y producciones elaborados generalmente desde países prósperos y democráticos.
La dictadura cubana ha sido sinónimo de represión, de prohibición total a los derechos de libertad de expresión, de prensa, de pluralidad ideológica y política, de conciencia, de movilidad, de información.
La retórica del régimen atribuye todos los males al bloqueo comercial y económico ejecutado por Estados Unidos desde los años 60. Ha sido esa la gran coartada para eximirse de abrir las puertas a los vientos de libertad que recorrieron, por ejemplo, la Europa del Este a principios de los años 90 del siglo pasado.
Generaciones enteras de cubanos solo han conocido los apellidos Castro Ruz en la cúspide del poder hegemónico, y recientemente del señalado por el dedo de Raúl, Miguel Díaz-Canel, quien conserva el mismo discurso del partido comunista cubano, anclado en la pasada centuria.
Desde el año pasado, no obstante, el suelo cubano se mueve. Artistas jóvenes, como los del Movimiento San Isidro, sometiéndose a ultrajes, detenciones arbitrarias, presiones públicas y humillaciones de los esbirros del régimen totalitario, decidieron levantar la voz. Los lectores deberían buscar en Internet la historia de Luis Robles, el joven que el año pasado exhibió una pancarta con la palabra Libertad, por ese solo motivo perdió la suya.
La dirigencia de izquierda latinoamericana, y allí también la colombiana, hace piruetas argumentales para censurar lo que pasa en Cuba, a la vez que incitan las insurrecciones en sus propios países democráticos. En Colombia, quienes acusan de dictatorial al gobierno elegido en las urnas en 2018 y claman por “tomarse las calles”, ven con horror que muchos cubanos estén alzando la voz, cansados de seis décadas de una tiranía brutal que les ha robado todas sus libertades.
La represión arreciará y la siniestra policía castrista todavía conserva mucha capacidad de generar y aplicar terror. Pero la de ahora es la más justificada manifestación masiva en pro de la libertad, que exige el respaldo de todos los demócratas del mundo