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Desde 1989, con la Copa Libertadores de Atlético Nacional, se probó que el fútbol es uno de los paliativos más importantes para que emocionalmente los colombianos cambien sus actitudes frente a lo que se vive en el trabajo, la economía, la política y la violencia. El fútbol ha demostrado, junto con la religión y la música, que es uno de los escenarios en el que más fácil nos unimos y somos capaces de demostrar lo que podemos hacer como nación. Nacional lo hizo como un equipo local y la Selección lo demostró luego en el 90, 94. En los momentos más duros de la historia del país, el fútbol siempre ha estado presente. Es importantísimo. Este año vivimos una final que juntó al país: costeños contra pastusos. Y los pastusos probaron en la cancha la total validez de la política de paz, reconciliación y convivencia de su gobernación: patentizaron que se puede perder con gallardía y respeto por el rival. Bogotá fue además un escenario de paz y los costeños pudieron movilizar toda una región para acompañar a Junior.
El problema está en que algunos políticos y personas en el país siguen ensimismadas de no aprender del fútbol y creyendo que es solo un negocio, un deporte de fanáticos y enfermos, pese a que nos ha demostrado que nos puede dar lecciones mucho más trascendentales que la política misma.