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La obra humana ya pesa más que los seres vivos en la Tierra

  • Los edificios y la infraestructura pesan más que todos los árboles y arbustos del planeta. Foto: Stock Up.
    Los edificios y la infraestructura pesan más que todos los árboles y arbustos del planeta. Foto: Stock Up.
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23 de enero de 2021
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La finitud de la humanidad es una idea cada vez más asentada. Su origen, aún discutido entre 200 y 400 mil años atrás, la ubican como una especie reciente en la Tierra, presente aquí hace más de 4.500 millones de años. Nada hace pensar que ese mundo natural que estaba antes del hombre no continuará después de él. Que esa indeclinable posteridad empequeñece a la especie humana también es una idea recurrente. O al menos lo era, hasta 2020.

Durante ese año el conjunto de lo construido por la especie humana en el último siglo para hacerse un lugar en la Tierra superó la masa de todos los organismos vivos del planeta. Así lo dio a conocer un grupo de investigadores del Instituto Weizman de Israel en el estudio “Global human-made mass exceeds all living biomass”, publicado en la revista científica Nature.

Sumando y restando

El cálculo, de una profunda complejidad, establece el peso de la masa antropogénica (que constituye los objetos inanimados fabricados con hormigón, agregados, ladrillos, asfalto, metales y “otros”, donde se reúne la madera utilizada para el papel y la industria, vidrio y plástico) y lo compara con el peso de la biomasa global seca (todos los seres vivos, incluidos los bosques y los propios seres humanos). El resultado revela el impacto del hombre sobre la Tierra.

1950
marcó el inicio de la “Gran Aceleración”, unos años de urbanización y consumo.

En los últimos 100 años la masa antropogénica ha aumentado rápidamente, duplicándose aproximadamente cada 20 años, hasta llegar a 1,1 billones de toneladas (teratonelada, Tt). En contraste, la biomasa global se ha mantenido estable alrededor de una teratonelada afectada, señala el estudio, por una interacción de deforestación, forestación y el creciente efecto del dióxido de carbono (CO2) en el proceso de fotosíntesis, entre otras.

Esto quiere decir que si bien los 7.700 millones de seres humanos apenas suponen el 0,01 % de toda la biomasa global, sus obras inanimadas (la masa antropogénica) ya ha superado la cifra de los 1,1 billones de toneladas ( Tt).

Para ejemplificar basta señalar que la Torre Eiffel pesa tanto como los 10.000 rinocerontes blancos que quedan en el mundo; los edificios y la infraestructura (compuesta de hormigón, agregados, ladrillos y asfalto) pesan más que los árboles y arbustos de todo el planeta; y el plástico producido es mayor que la masa global de todos los animales marinos combinados.

Infográfico

Aunque es una situación que ya se dimensionaba, señala David Echeverry, biólogo de Cornare, “es preocupante su confirmación y una invitación a reflexionar sobre el crecimiento de nuestra actividad”.

“Este estudio demuestra hasta qué punto nuestra huella global se ha expandido”, señaló para el Instituto Weizman el profesor Ron Milo, responsable del grupo de investigación. Si a principios del siglo XX la masa antropogénica equivalía solo al 3 % de la biomasa mundial seca, según el estudio, ¿cómo es posible que 120 años después, en 2020, supere ya a la biomasa global?

Los años clave

Cuando los científicos Paul Crutzen y Eugene Stoermer publicaron en el año 2000 su hipótesis sobre el inicio de una nueva era geológica en la Tierra, en el Global Change News Letter, el boletín del Programa Internacional Geosfera-Biosfera (IGBP por sus siglas en inglés), es muy posible que no imaginaran el alcance de su idea.

Ambos autores advertían que los humanos se habían convertido en una fuerza poderosa y transformadora, tanto que se hacía necesario delimitar y nombrar una nueva era geológica solo para estudiar con precisión su impacto en el planeta. A esta nueva “época de los seres humanos” la llamaron Antropoceno. Dos años después el término ya era aceptado por la comunidad científica global.

El Antropoceno habría iniciado a finales del siglo XVIII con la invención de la máquina de vapor por James Watt (1784) como un hecho clave. Este artefacto fue imprescindible para la posterior revolución industrial y su efecto en el medio ambiente. El desarrollo económico del ser humano, corrobora Milo y su equipo, podría explicar el aumento de la masa antropogénica.

Lo más notable es que los continuos aumentos de la masa antropogénica, que alcanzan un máximo de más del 5 % anual, marcan el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial”, se lee en el estudio. Este período histórico es denominado con frecuencia como la “Gran Aceleración”.

El químico estadounidense Will Steffen lo denominó así después de argumentar que, a partir de 1950 se presentó un aumento sin precedentes del consumo de masa; crecimiento demográfico; y urbanización de las poblaciones.

No es casualidad, por ejemplo, que las gráficas del equipo del profesor Milo hagan “evidente el cambio gradual de la construcción dominada por los ladrillos al hormigón, que se inclinó a favor del hormigón a mediados del decenio de 1950, así como la aparición del asfalto como principal material de pavimentación de carreteras a partir del decenio de 1960”.

El análisis de la tasa de acumulación “proporciona una visión basada en los materiales de la trayectoria de la humanidad desde principios del siglo XX”, señala la investigación. Si las tendencias actuales continúan, se espera que la masa antropogénica supere las 3 Tt para 2040, casi el triple de la biomasa seca de la Tierra.

“El crecimiento económico rompe entonces una condición natural de equilibrio en el funcionamiento de la Tierra. Mientras la masa antropogénica ha aumentado, la biomasa vegetal no ha crecido”, señala Andrés Amell Arrieta, docente investigador de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia y coordinador del Grupo de Ciencia, Tecnología y Uso Racional de la Energía.

¿Más cambio climático?

El estudio del profesor Milo se centra en aquel material antropogénico que ha sido integrado a la sociedad en, por ejemplo, edificios, autopistas, ventanas, etc. Un capítulo aparte requeriría el material que no se logra integrar.

“Es decir, para producir cemento se necesita caliza. Pero la caliza no se encuentra 100 % concentrada, se encuentra con material inerte, con desperdicio. Significa que, para introducir una cantidad de masa antropogénica, se requiere intervenir y extraer una mayor cantidad de materia bruta”, ejemplifica el profesor. “Si se hace la contabilidad no en función de la masa antropogénica que se incorpora a la sociedad, sino de la masa bruta, es posible que hubiéramos superado el peso de la biomasa tiempo atrás”.

Convertir la caliza en cemento tampoco es un camino fácil. “Ese proceso requiere energía. Y la generación de nuestra energía emite dióxido de carbono. Del mensaje que revela el artículo se concluye una perspectiva preocupante: más crecimiento económico, más transformación de materiales que consume energía y emiten gases de invernadero, pero la biomasa vegetal permanece estacada, pese a que es la que garantiza el proceso de fotosíntesis y la captura de C02”.

¿Qué hubiera pasado si en las anteriores revoluciones industriales hubiera habido una preocupación mayor por reforestar y aforestar en función de la extracción de materiales? “Posiblemente la biomasa vegetal hubiera crecido. Un elemento interesante del estudio es que abre la posibilidad a que ese estancamiento también haya hecho contribuciones a una mayor concentración de CO2 en la atmósfera y en consecuencia al cambio climático”. Y el futuro tiene más retos.

1,1
billones de toneladas pesa la masa antropogénica, según el estudio en Nature.

“Las anteriores revoluciones industriales se basaron en materiales como el cobre, hierro, aluminio o níquel, a lo sumo, que tienen altas concentraciones, pero hay algo importante a advertir: estamos en una cuarta revolución industrial en la que respondemos a requerimientos digitales que demandan artefactos cuya construcción requiere de una mayor diversidad de materiales y que se encuentran en menor concentración”, señala el profesor Amell, antes de ejemplificar: un celular está constituido de muchos elementos químicos de la tabla periódica.

“Eso es impresionante. Implica que los procesos energéticos para extraer e integrar en la sociedad materiales que necesitan los robots o la inteligencia artificial, por poner dos ejemplos, son materiales que están muy poco concentrados en la Tierra y que requerirán mayores gastos de energía que, a su vez, emitirán más dióxido de carbono”, dice Amell. “Estos procesos tendrán que ser mucho más eficientes de lo que son en la actualidad”.

El panorama podría complicarse más cuando se considera que países como China y la India están incrementando rápidamente su nivel de producción industrial, y en el caso del primero, su apuesta por la tecnología y la revolución digital. Los planes y compromisos internacionales, finaliza Amell, tendrán que reforzarse en ámbitos como la reforestación y la aforestación. “Es posible que la celeridad para el control del cambio climático no pase únicamente por la descarbonización de la economía, sino también por acciones para incrementar la masa vegetal sobre la superficie de la Tierra”.

La humanidad ya no es una especie más en la Tierra. Durante los últimos 100 años ha modificado como ninguna otra la faz del planeta, ha logrado reducir la grandeza del mundo natural e iniciar una nueva era geológica. En ese proceso corre el riesgo de reducir su propia existencia.

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