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Joaco, el hombre de cemento y arena

John Alexánder Rodríguez Rave es un ayudante de construcción desde los 12 años. Pertenece a una familia de albañiles.

  • De su abuelo, sus tíos aprendió el oficio. Ayudante de albañilería, la fuerza y la destreza son sus mayores atributos. FOTO Juan Antonio Sánchez
    De su abuelo, sus tíos aprendió el oficio. Ayudante de albañilería, la fuerza y la destreza son sus mayores atributos. FOTO Juan Antonio Sánchez
  • A los 12 años dejó la escuela José Miguel de la Calle para pasar a la escuela de la calle, que le ha enseñado a vivir. FOTO Juan antonio Sánchez
    A los 12 años dejó la escuela José Miguel de la Calle para pasar a la escuela de la calle, que le ha enseñado a vivir. FOTO Juan antonio Sánchez
09 de agosto de 2015
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Le dicen Joaco, pero no se llama Joaquín. También lo llaman el Loco, pero no ha estado en el manicomio.

John Alexander Rodríguez Rave es un habitante orgulloso del Alto de Misael, en Envigado.

Allí lo ha tenido todo: una familia numerosa y distinguida: la dinastía de los Rave; la “jerarquía” para trabajar en un oficio rudo, el de ayudante de construcción; una esposa, Francy Restrepo; tres hijos, Manuela, Daniela y Daniel; un gato; tres disparos; tres puñaladas, y tres machetazos.

En la construcción en la que se ocupa por estos días, Joaco —guantes de trapo, tenis, ropa vieja, gorra con la visera hacia atrás— carga a la espalda siete ladrillos grandes en cada viaje, desde la volqueta hasta el arrume. Puede cargar hasta dos bultos de cemento, si el segundo se lo ponen encima.

Una caneca sin fondo la usa para empacar los escombros. La introduce en un saco de polipropileno, dejando su boca por fuera y, con una pala, va vertiendo los residuos de concreto, de tejas, de ladrillos viejos, en esa caneca. Cuando la llena, templa el costal para que el material caiga al fondo y vuelve a llenar el recipiente, que al final extrae del saco, para llenar otro.

29 años en “la rusa”

Siempre en el ambiente de la construcción, viendo a hombres rudos que llegaban en la noche cansados de respirar cemento, de caminar entre montañas de arena, de voltear la llana y el codal, no le resultó un despropósito que a los doce años tuviera que salirse de estudiar en la escuela José Miguel de la Calle, a la que llegaba bajando la loma, para ponerse a trabajar “la rusa”, como decimos en las calles. Total, su papá se fue de la casa y los dejó solos.

“Mi abuelo me enseñó a revocar, a paletear, a enchapar, a pegar adobes”. Y la vida le ha enseñado lo demás.

Rudo también fue el trabajo de ayudante de volquetero que asumió por dos años. Para decirlo mejor, era palero.

Por eso, ahora cuando tiene 41 años, unos brazos de hierro y unas manos de roca, es un ayudante entendido y cuando no está subiendo mezcla, recogiendo escombros, cargando cemento, entrando material, los maestros de obra le encomiendan la soldadura de una cercha, el revoque de una pared.

Daniel, su hijo, es un estudiante aplicado. Tiene diez años y a veces le propone acompañarlo para ayudarle con la mezcla, pero Joaco cree que es mejor que no se desconcentre de los libros.

¿Y cómo fue eso de los disparos, las puñaladas y los machetazos? “Fue en un tiempo en que hubo problemas de bandas en mi barrio. Estaba siempre parado con quien no debía y a esos que llegaban a matar al amigo mío, no les importaba que también le dieran a uno”.

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