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Así es el santuario para chimpancés y orangutanes del “jet set”

  • Foto: Cortesía del Centro de Grandes Simios
    Foto: Cortesía del Centro de Grandes Simios
  • Centro de Grandes Simios en Wauchula, Florida, donde viven 53 chimpancés y orangutanes que fueron criados por humanos y carecen de las habilidades básicas de supervivencia para vivir en la naturaleza, como encontrar alimentos o alimentar a su descendencia. Foto: Cortesía del Centro de Grandes Simios
    Centro de Grandes Simios en Wauchula, Florida, donde viven 53 chimpancés y orangutanes que fueron criados por humanos y carecen de las habilidades básicas de supervivencia para vivir en la naturaleza, como encontrar alimentos o alimentar a su descendencia. Foto: Cortesía del Centro de Grandes Simios
29 de enero de 2020
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Uno trabajó con Clint Eastwood. Otros actuaron en El planeta de los simios y uno más era un favorito de Michael Jackson. A ellos se sumó hace poco una argentina, Sandra, que ganó un caso judicial sin precedentes.

Son los 53 chimpancés y orangutanes que están a salvo en un santuario único en el centro de Florida.

Todos estos grandes simios fueron criados por humanos y no tienen las habilidades básicas para sobrevivir en un hábitat salvaje. No sabrían proveerse de alimento y las madres son incapaces de ocuparse de sus crías.

Por eso, cuando la industria del entretenimiento o la ciencia ya no los necesitan, o cuando las extravagantes personas que los compraron como mascotas ya no pueden mantenerlos, no tienen adónde ir.

Los que son afortunados hacen un último viaje a este oasis llamado Centro para Grandes Simios (CGA, en inglés) en Florida, en el sureste de Estados Unidos.

Es el único santuario para orangutanes acreditado en Occidente y uno de los nueve santuarios para chimpancés en Norteamérica.

Sandra se sumó a la familia del CGA en noviembre pasado. Es una orangutana de 33 años que fue declarada en 2015 un “sujeto de derecho no humano” por la justicia argentina, que ordenó su liberación del zoológico donde vivía. Tras el histórico fallo, fue enviada a esta reserva para que superara su depresión.

Ahora es la niña mimada del lugar. “Juega mucho, le está yendo muy bien”, dijo la fundadora del CGA, Patti Ragan. “Está conociendo a varios orangutanes y creo que el que más le interesa es un macho llamado Jethro. Espero que eso funcione”.

Allí también vive Popi, una orangutana de 48 años que interpretó a los ocho a la novia del orangután de Clint Eastwood en dos clásicos del cine, Every Which Way but Loose y la secuela Any Which Way You Can.

Acabó actuando en Las Vegas, hasta que una cámara oculta descubrió que su entrenador la maltrataba.

También están Jacob y Jonah, dos mellizos de 23 años que actuaron en la versión de El planeta de los simios de 2001. Y Bubbles, el adorado chimpancé de Michael Jackson, que ahora es un gigantón de 37 años y el macho dominante de su grupo. Y Tango, una orangutana cuyo rostro adornó durante años la caja de una bebida naranja llamada Tang.

“Tenemos muchas celebridades simias del entretenimiento aquí”, dijo Ragan a la AFP.

Pero no todos son estrellas de Hollywood. Otros trabajaron en circos, vivieron en laboratorios o fueron vendidos en el mercado de mascotas exóticas cuando eran bebés.

Algunos terminaron en pequeñas jaulas, en garajes, porque cuando se hacen adultos se vuelven muy fuertes y son difíciles de controlar.

Centro de Grandes Simios en Wauchula, Florida, donde viven 53 chimpancés y orangutanes que fueron criados por humanos y carecen de las habilidades básicas de supervivencia para vivir en la naturaleza, como encontrar alimentos o alimentar a su descendencia. Foto: Cortesía del Centro de Grandes Simios
Centro de Grandes Simios en Wauchula, Florida, donde viven 53 chimpancés y orangutanes que fueron criados por humanos y carecen de las habilidades básicas de supervivencia para vivir en la naturaleza, como encontrar alimentos o alimentar a su descendencia. Foto: Cortesía del Centro de Grandes Simios

Arte simio

El CGA se levanta en una zona boscosa de 40 hectáreas en la localidad rural de Wauchula, rodeado por los naranjales del centro de Florida.

La entrada no llama la atención. Los caminos de tierra pisada serpentean entre los árboles, conectados por corredores elevados que los simios pueden recorrer. En los claros se levantan las jaulas, como grandes pajareras, llenas de plantas y juegos a los que treparse.

El santuario es, además, una de las pocas cosas que ocurren en Florida con sigilo, sin la usual fanfarria que suele acompañar a las tantas atracciones turísticas.

No es un zoológico ni un parque, no se promociona ni recibe visitantes. Sólo los donantes, por invitación, pueden ir un par de veces al año a conocer a los simios. Pero ni ellos tienen permiso para publicar fotos en las redes sociales.

“El bienestar de los simios es la prioridad”, dijo Ragan.

Como resultado, “muy poca gente sabe que este lugar existe”, dijo Jeff Thomas, de 76 años. Él y su esposa Terrie, de 60, eran parte del grupo de donantes que visitó el CGA durante una reciente subasta de “arte simio”.

En varias mesas dispuestas entre las arboledas, los organizadores desplegaron cuadros pintados por los chimpancés y orangutanes, abstractos y llenos de color. En un papel al lado, los invitados escribían sus ofertas.

“Estoy muy orgullosa de saber que este es un lugar estupendo para ellos”, dijo Terrie a la AFP. Se le quebró la voz y se excusó: “Me pone muy emotiva hablar de esto porque realmente, en serio, amo a estos animales”.

En la descripción de una de las obras, pintada por Jacob, decía que el autor “disfruta mucho la pintura y normalmente prueba el sabor de los colores antes de verterlos al lienzo”.

Cada animal le cuesta al CGA unos 23.000 dólares por año. Sumados a otros costos, el centro necesita más de 1,8 millones de dólares anuales y se financia sólo con donaciones.

Su fundación ocurrió casi espontáneamente. Patti Ragan vivía en Miami y era voluntaria en el zoológico cuando, en 1990, le pidieron que se ocupara de un orangután bebé debido a la experiencia en el tema que había adquirido en Borneo.

Un año después, se sumó al equipo un chimpancé bebé y en 1993 Ragan registró el santuario como una organización sin fines de lucro.

Y aquel bebé que le dieron para cuidar por un par de meses, se llama Pongo, sigue allí y tiene ya 29 años.

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