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Su intestino y su cerebro están conversando

Investigaciones recientes han estudiado la relación entre las bacterias del intestino y el cerebro y su posible influencia en asuntos como el autismo.

  • ilustración Esteban parís
    ilustración Esteban parís
26 de junio de 2016
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En el 2013 un estudio de investigadores de la Universidad de California (Ucla por sus siglas en inglés) lo apuntó y las indagaciones posteriores continúan hallando evidencias al respecto: los microbios de su intestino y su cerebro están relacionados, al punto de poder jugar papeles importantes en desórdenes como la anorexia, la ansiedad o la depresión.

De antemano se sabía que el cerebro envía señales al intestino. Por eso, en parte, el estrés y otras condiciones pueden ser causantes de problemas gastrointestinales. Pero lo interesante de los hallazgos fue la evidencia de que esa comunicación cerebro-intestino es bidireccional, es decir, que el intestino también “comunica” ciertas cosas al centro de control humano.

“Nuestros hallazgos indican que algunos de los contenidos de, por ejemplo, un yogur, pueden realmente cambiar la forma en la que nuestros cerebros responden al ambiente”, publicó en el sitio web de Ucla la Dra. Kirsten Tillisch, profesora de medicina en la división de enfermedades digestivas de la universidad y coautora del estudio.

En concreto, dicha investigación analizó la respuesta de 36 mujeres entre 18 y 55 años a una serie de pruebas diseñadas para medir el compromiso de regiones del cerebro relacionadas con la cognición y la afectividad en respuesta a estímulos visuales. Se eligió este tipo de prueba, relata la investigación, porque análisis previos en animales había relacionado alteraciones en la flora intestinal con cambios en comportamientos de índole afectiva.

El estudio halló que el grupo que consumió una mezcla específica de yogur con probióticos (bacterias que se cree tienen efectos benéficos en el intestino) dos veces al día durante cuatro semanas tuvo mayor conectividad entre este tipo de regiones del cerebro.

Esto no quiere decir que quienes consumieron estas bebidas fueron “más inteligentes” que las demás. Lo que llamó la atención de los investigadores fue encontrar que los cambios en la microbiota intestinal (este ecosistema bacteriano) podían verse reflejados en tantas áreas del cerebro, incluyendo aquellas que involucraban el procesamiento sensorial y no solo asociadas con la emoción, explicó Tillisch en la noticia relacionada con sus hallazgos.

Múltiples trastornos

“Es probable que saber que hay señales que van del intestino al cerebro y que pueden ser modificadas por cambios en la dieta lleve a un aumento en el número de investigaciones apuntadas a encontrar nuevas estrategias para prevenir o tratar desórdenes digestivos, mentales o neurológicos”, dijo también en el 2013 el Dr. Emeran Mayer, profesor de medicina, fisiología y psiquiatría y otro de los autores del estudio de la Ucla.

En efecto, otros científicos se han interesado por el tema. Sarkis Mazmanian, microbiólogo del Instituto de tecnología de California (Caltech en inglés) ha estudiado la bacteria Bacteroides fragilis, que normalmente se encuentra en el colon de una persona saludable, pero puede causar infecciones si llega, por ejemplo, al torrente sanguíneo.

Mazmanian y colegas de otras universidades y centros de investigación en Estados Unidos estudiaron el efecto de esta bacteria en un grupo de ratones con síntomas similares a los del autismo en humanos.

El tratamiento con la B. fragilis, que normalmente no se encuentra en ese animal y buscaba alterar su flora intestinal, mejoró su comportamiento al hacerlos menos ansiosos, ayudarles a comunicarse mejor y a tener un comportamiento menos repetitivo.

La forma exacta en la que esta bacteria “mejoró” la microbiota intestinal de los animales es todavía incomprendida, según explica una publicación en la revista The Atlantic, pero pareciera estar relacionado con la molécula 4-etilfenilsulfato (4Eps en inglés). El nivel de este químico en la sangre de los ratones con autismo, que se cree es producido por la población microbiana del intestino, era 40 veces mayor que el de aquellos sin los síntomas.

También, añade la nota, aunque la relación entre el 4Eps y el cerebro no es clara, cuando los animales fueron inyectados con el compuesto presentaron síntomas similares al autismo.

La sugerida correlación entre las anormalidades en la flora intestinal y el autismo ha sido estudiada en los humanos desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, científicos de la Universidad estatal de Arizona publicaron en el 2013 los resultados de una investigación que comparó un grupo de 20 niños con autismo con otros 20 sin el trastorno, y encontró, entre otros, que la segunda población tenía una mayor diversidad y riqueza bacteriana. También analizaron la correlación entre diversidad/riqueza de las bacterias y la severidad de los problemas gastrointestinales de los niños con autismo, concluyendo que el autismo y estos síntomas gastrointestinales que lo suelen acompañar estaban también caracterizados por una menor riqueza en flora intestinal.

Estos hallazgos no quieren decir automáticamente que los problemas gastrointestinales produzcan autismo, más bien que parecieran estar correlacionados, pero motivan a los investigadores a continuar halando el hilo de la enmarañada relación entre el cerebro y estas bacterias de la flora intestinal.

El aporte de la neurociencia

Además de su relación con trastornos como ansiedad, autismo o depresión, los estudios más recientes sobre el tema han analizado los vínculos de estas bacterias con el desarrollo del cerebro y el comportamiento humano.

Un artículo de la revista especializada Nature publicado el año pasado habla de la neurocientífica Rebecca Knickmeyer, de la escuela de medicina de la Universidad de Carolina del Norte, y relata su “estudio de las heces”, donde a través de la materia fecal investiga la flora bacteriana de un grupo de niños que recién cumplen el año de edad y con los que trabaja desde que nacieron.

Como otros neurocientíficos, Knickmeyer busca determinar si los microbios que colonizan el intestino en la infancia pueden alterar el desarrollo del cerebro, asunto que ha sido investigado y comprobado en animales.

La investigación de la neurocientífica hace parte de otros seis estudios que el Instituto nacional de la salud mental de Estados Unidos ha financiado con hasta un millón de dólares para examinar el “eje microbiota-intestino-cerebro”.

Sumado a esto, entidades como la Unión Europea también se han interesado en el tema, disponiendo nueve millones de euros en un proyecto de investigación de cinco años llamado “My new gut” (Mi nuevo intestino).

Entre los objetivos generales de “My new gut” se encuentran identificar los aspectos de la flora intestinal que están relacionados con la obesidad, comprender cuál es la influencia de estas bacterias y su relación con el cerebro, y encontrar formas de reducir enfermedades potenciales mediante cambios en la alimentación orientados específicamente a alterar la microbiota bacteriana.

Cada vez más preguntas

Como en los hallazgos de otros estudios, el problema con estos vínculos entre las patologías gastrointestinales y los desórdenes neurológicos o psiquiátricos hasta ahora ha sido que: “es muy difícil determinar si son causas o consecuencias de estas condiciones”, según dijo a Nature Rob Knight, microbiólogo de la Universidad de California, San Diego.

Con esto en mente, esta acumulación de estudios recientes sobre la conexión de doble vía entre el cerebro y la flora intestinal ha generado una serie de interrogantes entre los científicos, quienes han hallado en el tema una nueva área hacia la cual dirigir sus investigaciones.

El periodista y biólogo Javier Yanes recuenta en su blog sobre ciencia que esta relación cerebro-intestino fue objeto en el 2015 de un simposio dentro del congreso anual de la Sociedad de neurociencias de Estados Unidos.

“En el congreso, varios investigadores presentaron las pruebas disponibles de que la microbiota puede influir en determinadas condiciones neurológicas, posiblemente a través de mecanismos neuroendocrinos. A mis humildes ojos, esto es casi lo más parecido a un nuevo paradigma que hemos vivido desde hace años en biología”, añadió el periodista.

Con su posible injerencia en un rango de asuntos tan amplio, que va de la obesidad y algunas patologías hasta desórdenes mentales y cambios en el comportamiento, las investigaciones en el tema se proyectan como vanguardistas y el interés frente a sus hallazgos es considerable. En especial cuando se relaciona el tema con problemáticas contemporáneas de la medicina como el abuso y la automedicación de antibióticos. Esto último no solo ha generado el nacimiento de “superbacterias” resistentes a los tratamientos, sino que también pone bajo la lupa la importancia del —de por sí delicado— balance de la flora intestinal.

No obstante, los investigadores han sido cautos a la hora de publicar con demasiada ligereza sus análisis. Un hallazgo mal comunicado podría hacer que sectores como el de la alimentación promulgaran el uso irreflexivo de probióticos, alimentos con microorganismos adicionados que alteran la flora bacteriana. Según la Organización mundial de la salud, estos son benéficos siempre y cuando se usen en cantidades adecuadas.

La Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, que también reconoce los efectos beneficiosos de estos adicionados a los alimentos, advierte que el incremento en la popularidad y la falta de consenso internacional en los criterios para evaluar su eficacia y seguridad obliga a que la comunidad científica continúe estudiando el tema.

La ciencia ha indicado la existencia de una comunicación de doble vía entre el cerebro y el intestino, relacionada con la flora bacteriana. La pregunta a investigar ahora es, ¿qué le dicen las tripas a la cabeza?.

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