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¿Sabe por qué es difícil cambiar de opinión?

Esta pregunta ha sido abordada por la filosofía y podría encontrar salidas si se practica el pensamiento crítico. Le explicamos cómo.

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06 de mayo de 2021
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Desde que los seres humanos tuvieron la capacidad de conversar, descubrieron que frente a los mismos asuntos tenían posiciones diferentes. Jorge Antonio Mejía Escobar, profesor de Epistemología y director del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, lo explica: “Cuando tuvieron una lengua natural lo suficientemente sofisticada para plantearse problemas y conversar, llegaron a una constatación empírica: sobre asuntos que eran iguales no pensaban de la misma manera, y eso no dejó de ser una gran inquietud”.

En consecuencia es una cuestión que ha sido estudiada a lo largo de la historia por la filosofía. “Desde la antigüedad ya estaba muy claro que había diferencias en las representaciones que nos hacemos del mundo y sus problemas”, añade Mejía Escobar.

No obstante, a pesar de ser un hecho que ha sido estudiado desde hace siglos, hoy día continúa siendo complejo definir si, entre la diversidad de opiniones, hay alguien que tiene la razón y alguien que no. Julder Alexánder Gómez Posada, PhD en Filosofía y con estudios en Teoría de la Argumentación, señala: “Las personas tienen razones para sus opiniones, lo que resulta complejo es determinar claramente quién tiene la razón”, más aún si se habla de discusiones que implican lo público.

Los aportes de la Filosofía

El profesor Mejía Escobar cuenta que los filósofos griegos clásicos se preguntaron si era posible escoger objetivamente una forma de pensamiento que fuera mejor que otra. Y fue en torno a esa discusión que, agrega, empezaron a utilizarse dos palabras griegas: Doxa (opinión) y Episteme (ciencia).

En complemento, Luis Fernando Fernández Ochoa, decano de la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades de la Universidad Pontificia Bolivariana, añade: “Doxa significa opinión, pero también esperanza. Los griegos afirmaron que siempre esperamos que las cosas sean como siempre han sido”.

Sin embargo, añade, es natural que en ocasiones las cosas sucedan de otra manera, y que al tratar de encontrar el porqué se presenten dos caminos: “Uno a través de la opinión (aventurando conjeturas o hipótesis) y otro a través de la episteme (también entendida como ciencia buscada o investigación)”.

Dos polos opuestos

Doxa y Episteme fueron planteados como conceptos antagónicos, como blanco o negro. Sin embargo, explica Mejía Escobar, luego aparecieron teorías menos dualistas. “Por ejemplo, Platón en el libro La República establece ‘cuatro estaciones’, que van de lo menos cercano a la verdad (la opinión más cercana a la ignorancia) hasta el conocimiento verdadero (el de los dioses)”.

En el centro de ese espectro, agrega el profesor, habría una mezcla de ambos polos con distintas proporciones y criterios, lo que ratificaría que “frente a las representaciones que nos hacemos del mundo no hay solo dos puntos de vista extremos: Doxa o Episteme”.

Como ejemplo práctico podría hacerse referencia al conocimiento del universo: este estaría entre la episteme (que solo le pertenece a los dioses) y la doxa (porque en definitiva todo acercamiento a esa realidad es una interpretación de la misma, que se ve influenciada incluso por la mucha o poca sensibilidad de los sentidos físicos).

Varían los métodos

Tampoco se trataría entonces de que alguien esté más cerca de la verdad, sino que hay métodos más especializados para llegar a ella. Mejía Escobar dice: “La Ciencia, por ejemplo, es el trabajo profesional de una tribu especializada, pero incluso esa también se puede equivocar”.

En ese mismo sentido, el profesor Fernández Ochoa afirma que por eso opinar suele ser más sencillo (un método más fácil), “al igual que estar con el grupo... porque la episteme requiere un mayor esfuerzo”.

El conocimiento es social

Como se mencionó al inicio, la conversación fue (y es) un factor clave en la construcción de ideas y reflexiones. Mejía Escobar hace de nuevo alusión a esto, pues en vista de que el pensamiento se problematiza y construye a través de la palabra y el relacionamiento con otros, está mediado, necesariamente, por lo social: entre el objeto que se quiere conocer y el sujeto que quiere conocerlo, está la sociedad.

Explica entonces que los seres humanos pertenecen a distintas tribus, es decir, a diferentes corrientes de conversación de las que participan activa o pasivamente, y bajo las cuales se ven influenciados. “Nuestra mente ha sido modelada por las conversaciones sociales”, dice.

Así, lo ejemplifica: “Si somos cristianos, islámicos, hinduistas o confucianistas, hemos estado expuestos a unas corrientes de conversación”, y en ese sentido puntualiza que “pensamos de modo diferente no solo porque individualmente somos distintos, sino también porque hacemos parte de tribus distintas”.

Así pues, toda representación que se haga del mundo, objeto o problema, estará influenciada por lo que somos como individuos y por lo que somos como colectivo.

¿Por qué es difícil?

Durante la Modernidad, período histórico comprendido entre los siglos XV y XVIII, el individuo se convirtió en lo más importante, mientras que los valores colectivos quedaron relegados.

Para el profesor Fernández Ochoa este hecho es clave para entender la actualidad: “Hubo una ruptura en el sentimiento comunitario y como somos herederos de esa manera de pensar, hoy cada uno quiere tener razón y la última palabra”.

Así mismo, agrega que es difícil salir de ese modo de pensamiento porque incluso el sistema educativo está diseñado con esa lógica: “Insta a que cada uno se destaque sobre los otros; no nos enseñan a servir, compartir, pensar en el otro”.

En ese sentido entonces, la dificultad de cambiar de opinión y aceptar que otro tiene la razón es consecuencia de factores culturales, pedagógicos y casi naturales. Mejía Escobar explica que cuando se le pregunta a alguien qué piensa respecto de un asunto, lo que tiene más cerca, en su propia mente, tiende a ser más evidente y no la posición del otro. Piense, por ejemplo, en los ejercicios de ilusiones ópticas, usted podría ver algo muy distinto a lo que ve otra persona y será, inicialmente “creyente” de lo que ve.

Desde el ámbito biológico esto ha sido también confirmado. Andreas Kappes, investigadora de la City University of London, citada por El País en el artículo “El cerebro nos impide ver la fuerza de los argumentos que nos contradicen”, explica que, según estudios hechos por ella, “cuando las personas no están de acuerdo, sus cerebros no logran registrar la fuerza de la opinión de la otra persona”, y aunque es un hecho, agrega que esos hallazgos no dan aún respuesta a la pregunta ¿por qué ocurre?: “No brindan una respuesta a esa pregunta, solo ofrecen un mecanismo que subyace a la renuencia de las personas a cambiar de opinión”.

Del mismo modo, el profesor Julder añade que para cambiar de opinión las personas esperan que sus razones sean totalmente anuladas por el otro. “Eso no suele ocurrir, sin embargo, se mantiene esa expectativa: yo voy a cambiar de opinión solo si usted me demuestra que mis razones son malas”.

Además, explica que es frecuente que “cada uno esté pensando más en sus propias razones que en las de los demás”. Este hecho podría relacionarse con el ‘sesgo de confirmación’ que Tali Sharot, directora del Affective Brain Lab del University College de Londres, describe como “buscar e interpretar datos de una manera que fortalezcan nuestras opiniones preestablecidas”.

Kappes explica que el sesgo de confirmación opera en la región prefrontal del cerebro. Así, cuando se tienen opiniones similares con otra persona, este órgano estudia el nivel de confianza y evalúa si ajusta o no las creencias propias. “Sin embargo, (en el estudio realizado) cuando las personas no estaban de acuerdo el cerebro no hizo esto, dando a las personas pocas razones para cambiar de opinión”.

Una salida

Los tres académicos consultados coinciden en que es importante escuchar lo que dicen los demás y sus razones, pues esto supondría un enriquecimiento en doble vía.

Para este punto, el profesor Mejía Escobar hace alusión a lo valioso de las teorías y el pensamiento crítico. “Este nace como la posibilidad de juzgar los conocimientos del otro y, proyectado de una manera más integral, termina dándonos la posibilidad de criticar también los propios”.

Igualmente, agrega que es esencial “aprender a reencarnar los pensamientos de los demás” para comprender por qué la otra persona piensa algo distinto.

Por su parte, Fernández Ochoa afirma que es fundamental escuchar y recuperar el sentido comunitario, es decir, volver a la utopía. “Es muy importante aprender a escuchar al otro y no renunciar a los grandes conceptos e ideales, porque pensar que nadie tiene la razón o que todos la tienen es entrar en la ley del sálvese quien pueda”.

Por su parte, Gómez Posada, al momento de abordar posibles salidas a la dificultad de cambiar de opinión, inicia haciendo referencia al ámbito científico: “Allí usted tiene la obligación de considerar las razones de sus colegas en vista de que podría estar equivocado”.

Eso por el lado científico. Sin embargo, en cuanto al ámbito público, que implica abordar temas como la democracia, el profesor explica: “Allí hay cierta incertidumbre, ninguna de las posiciones es obviamente correcta y otra definitivamente errada. Frecuentemente dos personas que piensan lo contrario, piensan algo que es razonable”.

Y en ese sentido, agrega que, así como en la ciencia, en los asuntos públicos también “hacemos bien escuchando las críticas de los demás”.

No obstante, matiza que no significa que haya que estar cambiando constantemente de opinión. “Podemos tener buenas razones para pensar determinada cosa y en esa medida no estamos en la obligación de cambiar de opinión, pero sí de considerar las críticas”, y hace énfasis en que esto debe hacerse con cuidado, en serio y siendo conscientes de que uno podría estar equivocado o podría incluso incorporar esas críticas a las propias ideas. “Finalmente es un enriquecimiento para mí y los demás” puntualiza

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