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La superficie del planeta está resquebrajada, partida en 600 000 pedazos por las carreteras que la cruzan y afectan ecosistemas que proveen servicios vitales.
De esos fragmentos que no han sido atravesados por los caminos, la mitad son más pequeños de un kilómetro cuadrado y solo 7 % son más grandes de 100 kilómetros cuadrados.
Eso dice un estudio que se publica hoy viernes en la revista Science, en el que se analizaron bases de datos con 36 millones de kilómetros de carreteras a través de todos los paisajes terrestres.
Los mayores pedazos se encuentran en la tundra y bosques boreales de Norteamérica y Eurasia, así como en algunas zonas tropicales de África, Suramérica y el sudeste de Asia.
Solo 9 % de esas áreas no afectadas por vías se encuentra protegido.
Si bien las carreteras permiten el acceso humano a casi todos los rincones, se logra a un costo ecológico elevado afectando la naturaleza.
Las vías interrumpen el flujo de genes entre las poblaciones animales, facilitan la diseminación de pestes y enfermedades e incrementan la erosión del suelo y la contaminación de ríos y humedales.
A la vez se aumenta la tala ilegal, la deforestación y la caza sin permiso.
Pierre Ibisch, primer autor del artículo, dijo a EL COLOMBIANO que “es extremadamente difícil mitigar los impactos ecológicos y socioeconómicos de las carreteras una vez se ha creado el acceso”.
Ibisch es investigador del Centro de Ecónicos y Manejo de Ecosistemas de la Universidad Eberswalde para el Desarrollo Sostenible de Alemania.
“Las vías propician muchos cambios que difícilmente pueden ser revertidos por largo tiempo, algunos pueden ser irreversibles, como son la diseminación de especies invasoras y los impactos hidrológico y geomorfológico”.
Pero hay otro efecto contagioso, explicó el autor: las carreteras tienden a generar la construcción de más vías y atraer diversas actividades humanas reduciendo la funcionalidad de los ecosistemas haciendo difícil proteger los que han sido intervenidos por ellas.
“Por esto es que es muy importante priorizar los remanentes que quedan de áreas sin carreteras”.
Es que “todas las vías afectan los ecosistemas de algún modo incluyendo senderos para extracción de madera y pequeños caminos destapados y los impactos se sienten más allá del borde de la vía. El área más afectada es esa dentro de un kilómetro a cada lado de la carretera”, dijo Nuria Selva en una nota de prensa. Es coautora e investigadora del Instituto de Conservación de la Naturaleza en la Academia Polaca de Ciencias.
En el mismo comunicado, Monika Hoffmann, de Eberswalde, coautora también, reconoció que los datos son incompletos, “nuestras figuras sobrestiman las áreas sin carreteras y sabemos que varias han desaparecido o se redujo su tamaño”.
Para Ibisch el daño a los ecosistemas depende de cada uno, así como de la intensidad del tráfico y el nivel de la carretera. Por eso resulta más amenazada la funcionalidad de ecosistemas boscosos que los desiertos.
“En la mayoría las vías se relacionan con compactación del suelo y cambios en el microclima, modifican el comportamiento de los animales, a menudo fragmentando poblaciones sensibles”.
Con frecuencia los encargados de las áreas protegidas también promueven la construcción de vías para facilitar el turismo de naturaleza o proclaman que así es más fácil el monitoreo y control del territorio. “Pero un análisis completo del ciclo vital es probable que conduzca a conclusiones pesimistas. Al visitar muchos sitios en varios continentes no hemos visto territorios que estuvieran mejor conservados con vías que sin ellas”.
La mayor amenaza, concluyó, “es el hambre por los recursos naturales y la tierra, originado por un sistema socioeconómico basado en el crecimiento continuado y la expansión”.
La investigación muestra que las agendas de sostenibilidad y conservación fallan al no tener en cuenta el valor y el potencial de las áreas sin vías “y ese debería ser un criterio importante en la determinación de escenarios”. Áreas así deberían ser un objetivo.
El camino queda abierto.