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Atrás quedaron los días de “¡se le van a cuadrar los ojos de tanto ver televisión!”, porque ahora nadie puede despegar los ojos de esa pantalla. Antes, la televisión estaba llena de refritos que transmitían en loop, telenovelas y programas educativos que podían ser de buena calidad, pero no sabían llegarle a las audiencias. Estábamos a merced de una débil televisión local y el cable estaba compuesto de canales peruanos que lo único diferente que tenían de la programación nacional era una amplia franja infantil de anime, que salvó la infancia de muchos.
Sin embargo, no era que en el mundo estuvieran pasando muchas cosas más. Estados Unidos, el gran responsable del boom televisivo en el que estamos hoy, estaba concentrado en la industria cinematográfica y las series que se aventuraban a hacer una gran apuesta creativa o a invertir en una producción épica, eran un nicho y, aunque se convertían en clásicos de culto, no siempre eran las más longevas.
Hoy, mientras el cine está lleno de refritos y telenovelas; la televisión, gracias a la tecnología y a la globalización, se convirtió en el espacio perfecto para desarrollar historias elaboradas y creativas, incluso atractivos documentales. Los ejecutivos de la industria se dieron cuenta de que la pantalla chica podía mantener al público enganchado por mucho más tiempo a un producto y la apuesta era menos arriesgada, pues, a diferencia del cine en el que las pérdidas podrían ser muy grandes luego de hacer una súper producción, el éxito de una serie se define con un episodio piloto que puede ser fácilmente desechado sin que sea un gran golpe al bolsillo de las compañías productoras. Estas son las que verdaderamente hacen las apuestas, no los grandes canales; mientras que los estudios de cine sí reciben las pérdidas de una mala decisión, lo que tal vez los ha llevado a llenar la gran pantalla de apuestas seguras.
Las películas de superhéroes, las versiones de grandes sagas literarias juveniles o la apelación a la nostalgia con el rescate de viejos personajes es lo que básicamente llega a la cartelera; aunque también se oferta una que otra película nacional o se abren las salas a las muestras de cine europeo, sin embargo, estas últimas son eventos especiales y no la cotidianidad. En cambio, la televisión es un medio que puede ser menos demandante, cada vez de más fácil acceso y que ha despertado el interés de los grandes creativos y estrellas de Hollywood que se quedaron sin espacios por el letargo en el que entró el séptimo arte.
Lo dijo A.O. Scott, crítico de cine y ensayista de The New York Times, durante su taller La crítica en la era digital, en el Festival Gabriel García Márquez de Periodismo, “es un buen momento para envidiar al crítico de televisión, lo que era un absurdo en 1970”.
Mientras a finales del siglo XX se hacían y se veían películas como 2001: Una odisea al espacio, El padrino, Apocalypse Now, Toro Salvaje, La lista de Schindler y Taxi Driver, hoy las películas que se roban la atención del público no tienen el mismo peso creativo, aunque hayan mejorado los recursos tecnológicos. En contraste, la televisión ha podido aprovechar los avances técnicos para mejorar la calidad de las producciones y ha perfeccionado sus narrativas para atrapar a las audiencias con historias llenas de “ganchos” que dejan al televidente con la intriga y lo fideliza al producto, al punto de convertirlo en un fanático que alienta a su círculo social a seguir la serie y crea contenidos alrededor de ella en la red. Tal es el caso de Game of Thrones, Breaking Bad y The Walking Dead, que además de recibir varios reconocimientos por la calidad de las actuaciones, de la historia y de la producción, tienen una legión de fanáticos que consumen el producto, tanto en la pantalla como fuera de ella.
Como la audiencia interviene directamente en el desarrollo de la historia, es más fácil mantenerla satisfecha y conectada al producto. Diego Montoya, jefe del departamento en Comunicación Social de la Universidad Eafit y estudioso de la cibercultura y las narrativas transmedia, comenta: “Esa es una ventaja que tenemos hoy, ese diálogo permanente con las audiencias para escuchar qué es lo que quieren [...]. Creo que en la televisión tradicional al público no se le daba lo que quería, nosotros veíamos lo que nos tocaba ver, pero hoy sí hay una posibilidad de que la gente se empiece a expresar, al punto que con las mismas narrativas transmedia la gente crea sus propios personajes y expande sus historias”.
La televisión, así ya no solamente se consuma en este electrodoméstico, se convirtió en el gran aliado del usuario y con juicio y creatividad, el romance no parece estar próximo a terminar.