“La proliferación de burócratas y lo que inevitablemente traen consigo: muchas mayores recaudaciones de impuestos sobre la parte productiva de la población, son los signos reconocibles de una sociedad no grande sino decadente”. William Henry Chamberlin.
Este gobierno, que lucha por ser tan populista como el de sus “nuevos mejores amigos” de Venecuba, regalando casas que no construye, como las de Gramalote, que tienen vista panorámica de 360 grados; conquistando conciencias en elecciones con el presupuesto nacional; inventando puestos públicos, como los 11.000 que creó solamente en su primer año de gobierno; comprando nuevos avión(es) presidencial(es); y gastando billones en publicidad que tiene arrodillados a muchos medios de comunicación; tenía que acabar con la plata y el impulso inversionista que le habían dejado. Y cuando se acaba la plata, los políticos mediocres en vez de crear condiciones para generar riqueza, toman el camino vampiresco de chuparles la sangre a los ciudadanos. Con razón decía el escritor P. J. O’Rourke que: “Al Estado le interesa la gente de la misma forma que a las pulgas les interesan los perros”.
El Ministerio de Hacienda para tapar el “cráter” fiscal, que es mucho más grande de lo que reconoce, causado por tanto derroche y sobredosis de mermelada por pagar, intenta justificarse con contradictorios y acomodaticios argumentos bañados en Lidocaína, asegurando que los nuevos impuestos son para “los ricos”. Parece que es Maduro quien bautiza los impuestos en Colombia.
Además de antitécnicos y contraproducentes para el futuro del país, no así para el futuro cercano de las arcas públicas, los impuestos demenciales que este Gobierno les acaba de aplicar a las empresas, muchas pertenecientes a algunos grupos económicos que se entregaron al gobierno por contratos o para evitar retaliaciones, y que incluso dejaron que sus gremios fuesen cooptados por comisionados del Palacio de Nariño, ahora saben cómo paga el diablo a quien bien le sirve.
El gobierno populista dijo que los nuevos impuestos no son para los pobres sino para los “ricos”, al mejor estilo mamerto contemporáneo, léase “progresista”, pero lo que los colombianos del común no se dan cuenta es que los impuestos se convierten en “costo” y al final todos terminamos pagando esos impuestos que aparentemente eran para los “ricos”.
Los economistas definen como “traslación de impuestos” al fenómeno mediante el cual un sujeto afectado por un impuesto, traslada a un tercero la carga fiscal que le impusieron. Ese traslado de la carga impositiva se puede hacer “hacia atrás”, por ejemplo a sus proveedores o castigando los salarios, o lo más común, “hacia adelante”, cargándosela al precio de los productos, lo que finalmente implica que los que no somos “ricos”, terminaremos pagando el derroche del gobierno inepto y dilapidador.
Ludwig von Mises decía que “Todo impuesto específico, así como todo el sistema de impuestos de una nación, se invalida a sí mismo por encima de cierta tasa de impuestos”. La carga tributaria en Colombia es grotesca, 76% de la utilidad, y está poniendo en peligro la escasa competitividad del país, afectando la oferta de capital y ahuyentado la inversión, mientras algunos vecinos hacen lo contrario.
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