Por Filanderson Castro Bedoya
Universidad de Antioquia
Facultad de Psicología, 8° semestre filanderson.castro@udea.edu.co
Con los sucesos sísmicos de los últimos días y el doloroso recuerdo del terremoto que hace 20 años desvaneció centenares de vidas en el Eje Cafetero, se reaviva el debate sobre las posibilidades de eventos naturales que podrían generar un daño considerable sobre el territorio colombiano y los efectos que estos podrían tener sobre diferentes regiones y poblaciones, en especial aquellas que no cuentan con la mejor infraestructura o planes de prevención que permitan mitigar las fatales consecuencias de cualquier eventualidad.
Sin embargo, no es la latente posibilidad de que ocurra un desastre natural la que genera más inquietud en la población, sino la poca y a veces nula atención que el Estado pone sobre las probabilidades y consecuencias de una calamidad considerable. “Soldado advertido no muere en guerra” reza el dicho y aún con aquel lamentable suceso de Armero, el país no parece estar preparado para asumir con eficacia un evento de gran magnitud.
Además de la poca preparación que se les brinda a los ciudadanos sobre atención en emergencias, la corrupción comienza a hacer estragos en los grupos de socorro colombianos, equipos obsoletos, falta de capacitación, vehículos de mediados del siglo pasado y un sinfín de elementos en mal estado se han convertido en la constante denuncia de ciudadanos y miembros de estos grupos de héroes que día a día arriesgan sus vidas por nosotros.
El gobierno debe asumir que este, como cualquier otro país, es vulnerable de sufrir una catástrofe de grandes proporciones y que para esto se deberían tener la mejor preparación y equipos posibles con el fin de salvaguardar la vida de todos los colombianos, vigilando que los dineros sean utilizados adecuadamente, poniendo énfasis en que no sea este un recurso más de los deshonestos.
Así pues, que estos pequeños eventos sísmicos no sean un informe más, sino que se conviertan en la alerta natural de un país que sueña con ver agrietadas y desplomadas las columnas de la corrupción.
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