La reunión terminó en punta. El presidente Ortega -fiel exponente de los mandarines embaucadores y cofrade de Maduro, Evo, Correa, la Kirchner y demás especímenes de sistemas de gobiernos decadentes- se levantó de la reunión para dejarle su silla a un aventurero ajeno a los intereses de Nicaragua. Ese actor de reparto pronunció arengas propias de plaza pública y no de un foro de mandatarios, así fueran representantes de repúblicas cuasi bananeras.
No dijeron nada trascendental los asistentes a la Celac. Repitieron los mismos lugares comunes y cayeron en la ramplonería verbal. Reflejaron la miope visión que tienen frente a los retos del desarrollo mundial. Discursos anacrónicos, improvisados, de espaldas a las evidencias y compromisos contemporáneos.
Las reuniones de estas naciones tercermundistas, asociadas en organismos prematuramente obsoletos, son de quejumbres y reclamos. Buscan los males de su atraso en otros países y en otros destinos y comportamientos. Eluden los autoexámenes para escurrirles el bulto a las causas reales de su decadencia.
Evaden toda responsabilidad sobre las acciones populistas que los animan y nunca penetran en el análisis de las causas del aislamiento, dada la incapacidad de valorar las oportunidades que presenta un mundo globalizado. Ese mundo en donde la libre circulación de ideas, propósitos, mercancías y políticas son irrefrenables. Quieren compensar la ausencia de reflexiones y de racionalidad con emotivos discursos nacionalistas y demagógicos.
En esta América Latina han sacado la cara por ella, no propiamente sus políticos y caudillos, sino sus intelectuales, sus artistas, sus pensadores. Es más conocida y estimada la región por la obra de sus escritores -Gabo, Cortázar, Fuentes, Carpentier, Rulfo, Amado, Sábato, Onetti, Benedetti, Neruda, Borges, Vargas Llosa, Asturias, etc.- que por el pintoresco sindicato de mandatarios que se reúnen en la Celac. Aquellos escritores viven para que Latinoamérica no muera en la mediocridad. Se esfuerzan y aciertan para que por sus páginas circulen aires renovadores del modernismo creador arrancándolas de las manos de los burdos carpinteros del populismo y las autocracias.
América Latina en vez de crecer y de mejorar en sus indicadores sociales, de penetrar en el mundo de la ciencia y la tecnología, políticamente se pasa inventando organismos -Unasur, Celac y otras ‘yerbas’- para hacer caja de resonancia al populismo y emplear a burócratas internacionales, a quienes sus países de origen no reconocen como los más exigentes en la práctica de la ética pública. Son entidades tan pintorescas como incompetentes.
Europa y Asia deben sonreír al leer las memorias y las conclusiones de la Celac. Esa comparsa de circo pobre con mandatarios frívolos y taimados como actores sin proyecto alguno de labrar naciones equitativas. Aquellos continentes prefieren abrir las páginas de quienes como el grupo del llamado ‘boom’ literario latinoamericano -y con él sus artistas e investigadores científicos y sociales, así no sean muchos- han sacado la cara por el nuevo continente, llamado irónicamente el de la esperanza....