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Elbacé Restrepo
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Elbacé Restrepo

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“ODIO A MEDELLÍN DE MIS AMORES”

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Hace dos semanas recibí un correo electrónico en cuyo asunto decía el título de este artículo. Respiré profundo y lo abrí, dispuesta a encontrarme con la verborrea predecible de quien, cansado del paisaje, ha dejado de admirarlo.

Pero no. En vez de eso hallé una declaración de amor a Medellín, cargada de envidia bonita, si cabe la combinación. El texto es de Martha Cecilia Escobar, una quindiana que vivió durante muchos años en los Estados Unidos y en su retiro eligió a Cali como la sede oficial para su retorno al país. Los invito a leer:

“La primera parte del asunto es copiada. La última, de mi ‘auditoría’, como decía un montañero en mi pueblo.

“Tuve la fortuna de visitar la Ciudad de la eterna primavera por seis maravillosos días. Enmarcada por montañas y viendo toda la gama de verdes en esta Medellín que odio con todo mi amor, viví un feliz reencuentro con mis familiares que tienen la encantadora desgracia de vivir allí, donde no solo cacarean el huevo, como dijo un periodista caleño, sino que el huevo puede ser de dos yemas, o de tres, pues en la capital de la montaña tienen el don de la exageración y hasta les luce.

“Odio el transporte. En esto los paisas despachan por ventanilla. Autopistas de ocho carriles, tranvía, un metro impecable con ascensor, estaciones limpias, metrocables con funcionarios amables redirigiendo las personas y vías con tantos anillos que permiten salir del casco urbano fácilmente. Qué pena, pero los que hablan de tacos no conocen verdaderos tacos.

“Pero lo que más odio de Medellín de mis amores es su gente. En una tienda de barrio destapé un paquete de platanitos y luego me di cuenta de que no llevaba plata. Le dije al dueño que ya volvía a pagarle. ‘¡Tranquila, no hay problema!’, me dijo el muy odioso. En otra tienda compré cuatro confites con un billete de $20.000 y el antipático dueño me dijo que le pagara después. Luego pedí a domicilio una botella de agua y como no estaba el mensajero, él mismo me la llevó, ¡qué horrible! Llegué a un restaurante diez minutos antes de que abrieran y el insoportable mesero, que trapeaba el piso, me hizo pasar y sentarme aunque todavía no había servicio, para que no esperara afuera. ¡Qué descortesía! De camino al aeropuerto JMC, don Humberto, el conductor que me llevaba, se detuvo en un mirador desde donde pude apreciar la horrible vista de la ciudad. Y no solo me tomó las fotos sino que me acompañó hasta la fila de la aerolínea y me guardó el puesto mientras fui al baño.

“¿Que hay problemas de inseguridad, combos, desempleo y todos los etcétera del mundo? ¿Que las fronteras invisibles son un chicharrón de muchas patas? ¿Que la Medellín que odio amorosamente está amenazada continuamente por la inseguridad? ‘Obvio sí, obvio sí’, como dice Rastacuando, pero lo bueno de Medellín es tanto y tan visible que los problemas parecen no existir”.

Sin ponerle tinte regionalista, sin pretender convencer a nadie de nada y sin creernos el ombligo del mundo, coincido con que Medellín es la ciudad de los contrastes, de lo lindo y lo feo, del orgullo y la vergüenza, del blanco y el negro. ¡Una ciudad paradójica que nos desvela, de amor y de miedo, al mismo tiempo!.

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