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Ernesto Ochoa Moreno
Columnista

Ernesto Ochoa Moreno

Publicado

Ruido, ruido, ruido

Por

ernesto ochoa

luiseochoa@une.net.co

Las campañas contra el ruido no parecen surtir efecto. Las hacen con fervor, con insistencia, pero caen en el vacío, rebotan contra una coraza de insensibilidad que parece recubrir el espíritu de la mayoría.

Porque el ruido sigue aumentando. Taladra, hiere, enferma, entorpece, lleva al borde de la locura. Se alarga, se retrae, se amontona, se arrastra, golpea contra las paredes, se represa, estalla. Estalla dentro de uno. Resquebraja la soledad, el silencio interior, ese último refugio donde uno intenta guarecerse, pero hasta donde llega el ruido infiltrado, serpenteante, inmisericorde.

El ruido externo, físico, busca llenar un vacío interior. Es problema de las almas, no de las máquinas. Alguna vez lo escribí, refiriendo a Medellín: “Una ciudad poblada de ruidos, a todas horas y en todas partes, es algo más que la imagen de una cultura mecanizada. Es un síntoma de deshumanización, de la falta de interioridad, de una sociedad que ha perdido los perfiles del espíritu, la exquisita delicadeza de la paz, de la serenidad, del silencio”.

Mientras escribo intento aislarme, abstraerme, navegar hacia adentro. No oír, no oír. Es imposible. Por la ventana penetra el ruido sordo, redondo, arrastrado, de la calle. Ruido odioso y hostigante. Ruido que no solo se oye, sino que se siente como por entre los huesos. Ruido infernal, enervante, enloquecedor. Que penetra, que barrena, que se hunde en el cerebro hasta el dolor. Y duele en los oídos. Duele en la sangre. Por todo el cuerpo.

Las campañas contra el ruido, para que sean efectivas, tienen que ir complementadas, creando en la gente una necesidad espiritual que le ayude a desalojar el ruido y recuperar el silencio. La música, el arte, la lectura, la religiosidad, el placer de la conversación, el sentido del hogar y de la familia. El amor a la naturaleza, al campo. El estudio, la investigación, la meditación, la capacidad de reflexión espiritual. Los sencillos placeres de la vida. El ruido es síntoma de ausencia de autenticidad, de falta de la egoencia de que hablaba Fernando González. El ruido es la música de la vanidad, del vacío interior. Es flatulencia espiritual.

Ya ni la noche trae calma y apadrina silenciamientos. Porque aquí, la noche está constantemente mancillada por el ruido. Y el amanecer -lo experimento “en par de los levantes de la aurora”, que canta san Juan de la Cruz- no despunta tenuemente, sino que lo rastrillan los carros contra el asfalto, como un fósforo. ¡Qué jartera!

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