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El autor de “Las venas abiertas de América Latina” que desde los años setenta del siglo pasado nos llamó a la reflexión sobre nuestro continente y quien, con su profundo talante crítico y controversial, persiguió la injusticia, denunció los atropellos y reverenció a los más humildes, acaba de partir a los setenta y cuatro años. Alzó el vuelo definitivo el historiador que reconstruyó nuestro pasado y presente; el autor de los magníficos tres tomos de “Memoria del fuego” quien, como pésimo alumno de la cátedra oficial de historia, nos legó un ensayo profundo que le devuelve a América Latina “el aliento, la libertad y la palabra”.
Se ha ido un poeta maravilloso lleno de nostalgias y de atardeceres; un periodista osado e intrépido. El mismo que en “El descubrimiento de América que todavía no fue y nuevos ensayos” recuerda que “la palabra es un arma, y no puede ser usada para bien o para mal: la culpa del crimen nunca es del cuchillo”; el artesano del lenguaje quien “tenía que cerrar los ojos y pensar intensamente en una mujer” para que nacieran las palabras. El amante del balompié que falleció pidiendo una “linda jugadita”, en el más bello homenaje que se haya escrito sobre ese deporte: “El fútbol a sol y sombra”, en el cual celebra sus luces y denuncia sus sombras: “y yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido”.
Ya no está más el caricaturista y orador excelso –tuvimos el privilegio de escucharlo en dos inolvidables oportunidades en Medellín–. El que en “Patas Arriba”, con su “Escuela del mundo al revés”, en el “crepúsculo al finalizar el siglo XX”, dijo: “está envenenada la tierra que nos entierra o destierra. Ya no hay aire sino desaire. Ya no hay lluvia sino lluvia ácida. Ya no hay parques, sino parkings. Ya no hay sociedades, sino sociedades anónimas. Empresas en lugar de naciones. Consumidores en lugar de ciudadanos. Aglomeraciones en lugar de ciudades”; y añadió: “No hay personas, sino públicos. No hay realidades, sino publicidades. No hay visiones, sino televisiones. Para elogiar una flor, se dice «Parece de plástico»”.
Se fue el luchador político que en “Días y noches de amor y de guerra” se enfrentó a las dictaduras y desnudó sus crímenes, lo cual le costó el exilio político; quien en medio del dolor y el atropello, nos enseñó a creer. El que en “Espejos” recuerda que “el siglo veinte, que nació anunciando paz y justicia, murió bañado en sangre y dejó un mundo mucho más injusto que el que había encontrado”; y, al despedirse, señala que el veintiuno “está siguiendo los pasos del siglo anterior”.
Partió en silencio quien escribió “Nosotros decimos no”, que recopila 25 años de crónicas periodísticas y dos de sus discursos chilenos, en el último de los cuales leemos: “decimos no a un sistema que pone precio a las cosas y a la gente, donde el que más tiene es el que más vale, y decimos no a un mundo que destina a las armas de guerra dos millones de dólares cada minuto mientras cada minuto mata treinta niños por hambre o enfermedad curable”.
Para quienes amamos a Galeano, hemos vibrado con sus trabajos y lo llevamos en el alma, el mundo ya no será igual, así queden sus textos para el necesario recuerdo y su ejemplo nos persiga en cada esquina. Él era un hombre distinto que enseñó a mirar con la lente cuestionadora los fenómenos sociales y políticos de nuestros países, estas sociedades desiguales e injustas que aletargan y llenan de desilusiones y silencios. A él, en “El libro de los abrazos”, lo recordaremos siempre: “Silba el viento dentro de mí. Estoy desnudo. Dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara”.
